En estos días, hay en el ambiente político una falta de respeto a la investidura del Presidente que asusta. Deben ser acremente criticados los excesos en ese sentido. Un primer mandatario debe ser dignificado mientras desempeña el cargo. Es lo que le da cohesión y razón de ser a un pueblo. Un dignatario que puede ser vapuleado, como lo ha estado siendo Felipe Calderón no conlleva a un cuerpo social a cumplir con las metas que se haya fijado. Un Presidente, que ha sido elegido democráticamente por la ciudadanía, debe ser considerado como un símbolo de unión. No de otra manera es posible gobernar. Tampoco debe comportarse como un señor feudal, hasta el grado de considerarlo un ser al que hay que rendirle vasallaje, pues eso quedó rebasado cuando establecimos que el poder público dimana del pueblo, quien tiene todo el tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de Gobierno.
En otros tiempos en México los Presidentes no se enfermaban, no padecían aquellos quebrantos en su salud que les era normal a los seres humanos, ni tan siquiera un simple resfriado. De lo que recuerdo creo que nunca escuché a un Presidente estornudar. Si algo extraordinario sucedía como caerse de un caballo o de una bicicleta se disimulaba para dejar sentada la teoría de que el Ejecutivo en funciones era de hierro. No podía mostrarse como cualquier mortal al que una bacteria o un virus cualquiera llegaría a tumbarlo. En los días violentos de la Revolución se pensó que si un Presidente era inmune a un bicho microscópico, no lo era a una o más balas de plomo, como le sucedió a don Venustiano y al señor Obregón, quienes sucumbieron en sus intentos de dejar sucesor o de perpetuarse en el cargo. Creo que era necesario que así fuera, que el Presidente no demostrara sus debilidades corporales. La nación requería un hombre fuerte, si se quiere idealizado, que no tuviera la débil condición de un humano cualquiera.
Las cosas han cambiado. Hoy el Presidente puede ser motejado aun por el mozo que sirve de galopillo en la cocina de un restaurante. Son los nuevos tiempos. Por eso es que no nos sorprendió saber que el actual había sufrido un accidente que provocó que se le colocara una escayola que le inmovilizó el brazo izquierdo. Hemos de creer que así fue pues también se acostumbraba a narrar los acontecimientos de manera diferente a como en verdad ocurrían. Lo que de cualquier manera no debe ser motivo de mofa. La fotografía en que aparece un conocido personaje de la política, que se ha caracterizado por los escándalos que protagoniza, dejando una andadera y un casco de ciclista a las orillas de la mansión que ocupa el presidente Felipe Calderón me parece que es algo sumamente reprobable, pues va más allá de la consideración que corresponde a nuestro mandatario. Él es el Presidente de los mexicanos y mientras lo sea, chueco o derecho, no debe ser tratado de manera despectiva.
Por otro lado el presidente Felipe Calderón asegura que su Gobierno no está constituido por sus cuates, como lo sostuvo el senador Manlio Fabio Beltrones, por lo que le exige respeto para las atribuciones que tiene el Gobierno de la República. Y le repostó: no debe ser un Gobierno ni de cuates del Presidente ni de cuates de los legisladores. En un comentario veraz creo que Beltrones está refiriendo lo que les consta a todos los mexicanos. Este espacio sería insuficiente para anotar uno a uno los nombres de los amigos, que por ese único hecho, han sido incluidos dentro del Gabinete del Presidente en funciones. El cuatachismo no es algo que nos sorprenda si entendemos como tal a los amigos cercanos. Lo que, a nuestra manera de ver las cosas, denota grave es que arrojando la banda tricolor a un lado y descendiendo al callejón de los guamazos diga a la opinión pública que un Gobierno no debe ser de allegados a los legisladores. Eso, ni más ni menos, es bronquearse con el Poder Legislativo sin que haya necesidad, pues pudo ponerle los guantes a alguno de sus cuates que, contra viento y marea, tiene dentro de su equipo.