Con la celebración del Día del Estudiante vale la pena cuestionarse el lugar que ocupan los alumnos en el ámbito escolar, espacio pocas veces valorado en su exacta dimensión, toda vez que frecuentemente los estamos acusando de ineptos, ignorantes, apáticos y en el mejor de los casos de flojos; debiéramos reconsiderar tales acusaciones, cuando somos -la sociedad en su conjunto- los responsables de educarlos.
Otro de los lastres que cargan los estudiantes es el del fracaso escolar, ya que son los únicos sujetos a calificación, son “los que sacan 5”, son los que fracasan; cuando en realidad sabemos, sobre todo los que tenemos algunas nociones de evaluación, que los resultados del rendimiento escolar son multifactoriales, es decir competen al maestro, los métodos, a la Administración escolar, a la familia, a los diferentes sectores sociales, etc. Entonces ¿por qué le cargamos al estudiante toda la responsabilidad del éxito o fracaso de su instrucción escolar? Ah, pues porque la cuerda se rompe por el hilo más delgado.
En este sentido cabe recordar que el papel del estudiante ha cambiado considerablemente de acuerdo al momento histórico, a los contenidos escolares, a la forma de enseñanza y al rol del profesor. Por lo que es necesario recapitular cómo hemos transitado por los mencionados roles del estudiante.
Por ejemplo, desde los inicios de la escuela hasta nuestros días, el modelo transmisionista privilegió un estudiante pasivo, receptor, imitador, acrítico, sumiso, obediente, como receptáculo vacío, donde su futuro dependía del maestro, necesitado, carente, tabla rasa, miedoso, memorizador, espectador y conformista. Cabe preguntarse ¿nos gusta ser educados así? Seguramente no. Sin embargo, se corresponde con contenidos curriculares, tales como: programas a base de teorías, leyes y principios, datos sin relación con la realidad, exposiciones, discursos, cartillas con respuestas preestablecidas, datos superficiales y desfasados además de descontextuados, imposición de conocimientos, pautas, normas y valores (ajenos), instrucciones y verdades absolutas. Y por si fuera poco con metodologías de enseñanza basadas en la cátedra magistral, memorística, rígida, impositiva, unilateral, respondiendo a necesidades del maestro, no a las del alumnado; mecánica, expositiva, autoritaria, repetitiva, que permita el protagonismo del docente y con dictados; gana quien contesta lo que el profesor(a) espera; informativa, represiva, unidireccional y discriminatoria. ¿Cómo no queremos entonces ciudadanos así formados?
Otro estilo de enseñanza es el que se basa en la orientación, en donde el papel del alumno cambia hacia aquel que se considera perdido y no sabe el camino, tiene capacidad de elección y decisión, un papel más activo, selectivo y participativo, necesita que le muestren los caminos, necesita un apoyo, despistado, con dudas e inquietudes, inseguro, tiene y se le reconocen sus derechos. Se corresponde con una función docente también diferenciada, en la que el profesor ya no se siente dueño de la verdad absoluta, sabe que tiene más elementos para dirigir el proceso, conoce la mejor respuesta, muestra el camino, cuestiona, es flexible, líder, conductor, piensa por el otro, no tiene dudas e inquietudes y por ello puede orientar, intenta una relación horizontal, orienta y escucha, asesora y corrige.
En este rol de orientador el profesor basa su trabajo en aspectos más vivenciales, con una metodología más activa y participativa, cuestionadora, bastante más igualitaria y objetiva, basada en realidades, creativa y variada, aunque muestra posibilidades y caminos siempre presenta uno como el mejor y más adecuado; es más analítica su propuesta y con posibilidad de una mayor libertad para alumnos y alumnas.
Finalmente en este modelo orientador, los contenidos programáticos son algunos teóricos, pero con realidades prácticas, experiencias y vivencias, expectativas, modelos ideales y casos, diálogos y debates, contenidos; con persuasión y no impositivos.
Un último modelo de análisis en las formas de enseñanza y que modifican el papel del alumno es el modelo formador, que plantea un estudiante poseedor de una forma “inadecuada e inacabada”, como masa informe a moldear, pasivo, pero receptivo, conformista y dependiente, con poca capacidad de decisión, más bien sumiso, débil e indefenso, modificable e incompetente, con poca capacidad de pensar por sí mismo, dócil y adaptable.
Las metodologías docentes que corresponden a este modelo estriban en la cátedra y el sermón basados en modelos ideales; poco expositiva y teórica, discursiva, condicionante, aparentemente participativa, con respuestas correctas e incorrectas, conductista y con imitación por medio del ejemplo.
El papel de los profesores en el modelo formador son ejemplificantes y se basa en que el maestro es quien conoce la “forma adecuada de educar a las personas”, es una especie de escultor-moldeador, es quien toma las decisiones, el que encasilla y no individualiza, dueño de la verdad, autoridad en lo suyo, creador de hábitos, su función es reproducir conceptos, esquemas y actitudes, es el “modelo” de la formación, las respuestas válidas y verdaderas son las que el profesor define; moralista, posesivo, promotor de cambio en las personas, es quien define.
Por último los contenidos que se trabajan bajo el modelo formado son teóricos-idealistas, programáticos, definidos por el maestro(a), algo lejanos de la realidad, estáticos y sesgados, según lo que el profesorado quiere producir; preestablecidos, los que defina el docente; los que propone el alumnado se consideran inoportunos; normas, pautas, leyes, patrones, creencias y reglamentos de carácter correctivos.
Como puede observarse el papel que los estudiantes juegan en cada escuela, estilo y forma de educar no son producto de su libre albedrío, sino que se corresponde con la manera de trabajar de la escuela, los maestros y los contenidos, sin soslayar que la sociedad también interviene en dicha educación.
Lo que les imponemos es real y no lo podemos tapar con un dedo; luego no nos quejemos de que los estudiantes de ahora no leen, no aprenden, no trabajan, no estudian y no saben nada, cuando son producto directo del trabajo que nosotros realizamos.
Para terminar me gustaría proponer a todos mis colegas y a todos aquellos que estamos involucrados en la educación, que privilegiemos aspectos que nos ayudarán a formar mejores estudiantes: mostrarles la mejor manera de aprender a aprender, compartir con ellos los valores y las actitudes, hacerlos más eficientes, educarlos en la equidad en todas las áreas, despertarles su creatividad, motivarlos hacia la innovación, que usen intensiva y extensivamente las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, compartir con ellos la democracia en todos sus aspectos, trabajar junto a ellos la ciencia y la cultura, mostrarles cómo se evalúa cuantitativa y cualitativamente, y muchos más etcéteras todo ello con la finalidad de ser mejores todos.
Felicidades y sigan luchando siempre desde su trinchera: ser estudiantes.
Agradezco sus comentarios a:
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