Los Falsificadores, ganadora del Oscar a mejor película extranjera de este año, es una cinta diferente sobre campos de concentración Nazis. Por debajo (o por encima, no sé) de su patente condena a la monstruosidad de “la solución final”, que no acepta cuestionamiento alguno, existe un curioso dilema de ética laboral. Un grupo selecto de prisioneros judíos, expertos en la imperceptible adulteración de documentos originales, o bien, en las legítimas artes de la imprenta, es separado de los demás para trabajar en un secreto proyecto de falsificación de dinero enemigo. A los elegidos se les dará entonces un trato casi humano, lo que es prácticamente una chipilería impensable viniendo de los mas despreciables villanos de la historia. Para los prisioneros, además de la pugna interna entre el colaboracionismo y la supervivencia, se presenta la presión de alcanzar un desempeño excelso o ser asesinado, y en no pocos de ellos, la vanidad profesional de quién ama su trabajo. Es un conflicto muy interesante, que hermana a la cinta con El Puente Sobre El Rio Kwai, donde el rígido oficial inglés Alec Guinness (para siempre recordado como Obi Wan Kenobi) que, cegado por el orgullo, se enfrasca con dedicación de maestro Jedi en la traidora construcción de un puente para sus captores japoneses.
El personaje principal Los Falsificadores es Sally Sorowitsch, al que conocemos inicialmente como bon vivant de poca monta en el crecientemente antisemita Berlín de antes de la guerra. Sally es experto en la creación de billetes y pasaportes apócrifos, y justo mientras crea un pasaporte argentino (y se recrea con la futura portadora), es capturado por la policía y luego enviado al campo de concentración. Esta circunstancial alusión sudamericana (además de la conocida conexión pampera de los Nazis exiliados), le da a la cinta pretexto para poblar de tangos el soundtrack: extraña elección musical que, por otro lado, permite un sentimental escapismo auditivo, montado en cálidos apuntes rioplatenses que humedecen las inhóspitas locaciones de Sachsenhausen. En el grupo de falsificadores judíos se encuentra el eslovaco Adolf Burger, idealista comunista que se resiste, más que a ningún otro prisionero, a ayudar a los Nazis. La cinta se moverá entre estos dos polos: el astutamente dosificado colaboracionismo de Rally, y la suicida, pero moralmente correcta, tozudez de Burger. Ambos personajes respetan, comprenden y apoyan al otro, pero la apuesta por la resistencia se va volviendo más riesgosa mientras la situación de los Nazis se vuelve más desesperada. Y aunque representa la brutalidad nazi con la crudeza de rigor, y remueve con habilidad las fibras de la indignación profunda, la película maneja tan bien los elementos de thriller propios de una historia de estafa y engaño, que uno no puede evitar emocionarse con los triunfos y avances de los involuntarios delincuentes judíos. Es una diversión culpable del público convertido, así sea por instantes2, en colaboracionista. Vaya logro extraño del director austriaco Stefan Ruzowitzky. El proyecto Bernhart fue la operación de falsificación de dinero más grande de la historia. Es un hecho real. La cinta está basada en las memorias de Burger, con notable fidelidad. Salvo en el final, que aunque la película respeta en esencia, carece del suspenso del desenlace real, que bien merece su propia película. ¿Cuál es? No se lo voy a decir, por supuesto.mrivera@solucionesenvideo.com