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Los grilletes

Gilberto Serna

A menos que esté equivocado, las reformas a la Ley, si es que las hay, que permiten se pueda colocar brazaletes en las muñecas que los ubiquen donde se encuentran las 24 horas del día, me recuerdan el grillete de los galeotes, a los que se refiere la novela del general Lewis Wallace (1827-1905) en su famosa novela titulada Ben-Hur, donde los condenados a galeras remaban en embarcaciones de guerra, con pequeños cañones a babor y estribor, consistente en rodear con un arco de hierro semicircular, en forma de argolla, que sujetaba la garganta del pie de los presidiarios unida, en uno de sus extremos, por una cadena que iba de un lado a otro de las galeras; si el barco se iba a pique, irremediablemente se hundían con él. Aquí, en una época, contamos con las húmedas tinajas de San Juan de Ulúa en que el preso no podía sentarse ni acostarse, de tan estrechas que eran. Es del todo posible, en el caso del brazalete, que la medida tenga el buen fin de controlar a quienes han delinquido, sin que éstos tengan que pasar una larga temporada en prisión, no obstante de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, ¿tendrán la oportunidad de gozar plenamente de esa libertad, consentida y controlada?, ¿de qué se trata? Las autoridades lo están diciendo: los reclusorios del país se encuentran saturados, por lo que no hay otro remedio que echar a la calle a aquellos delincuentes de menor peligrosidad.

Los procesados y los sentenciados, vigilados vía satélite, tendrán un seguimiento que pesará en su ánimo sabiendo que no están libres del todo, lo que se espera les llevará a un comportamiento mesurado. Aunque temo, que apenas colocados los artefactos, en algunos de los liberados vayan al mercado de La Lagunilla, donde por una módica suma habrá quienes les quiten tan ignominiosa carga. Aunque se infiere que el mecanismo de los modernos grilletes impedirá sean removidos por los particulares, pero ya sabemos el viejo refrán de que para los toros del jaral los caballos de allá “mesmo”. Sin duda, habrá que adecuar la legislación penal para darle un giro de legalidad a los brazaletes previendo que su presencia en las canillas o en su caso, en las muñecas, puede ser una marca infamante. Es posible que ya se haya advertido ajustándose la legislación penal para darles legalidad. O que se considere que están justificados por el fin que se persigue de desahogar los penales de presos para dar cupo a nuevos delincuentes. Esos brazaletes permitirán además evitar que los reos se contaminen con la conducta, se dice, de torvos delincuentes cuya penalidad a compurgar sea muy alta.

Eso es lo mejor que el magín de las autoridades penitenciarias han discurrido para evitar la sobrepoblación de los reclusorios, la falta de espacios y el alto costo de su mantenimiento, mediante el sistema de colocar una pulsera electrónica a gran número de reos con derecho a libertad bajo fianza o a los que han sido sentenciados por delitos no graves. Que lo hagan los tribunales en Francia o en Estados Unidos de América o en cualquier otro lugar del mundo no es suficiente motivo para hacerlo en nuestro país, mientras las leyes que nos rigen, no sean objeto de una modificación. Allá los encadenan de pies y manos cuando los trasladan de un lugar a otro. O bien que no se requiera reforma, por que la Ley lo permita, sin que hayan trascendido los cambios que se hayan aprobado por quienes legislan a nuestros códigos. De otro modo las personas que se les imponga el vergonzoso aro metálico podrán acudir a los jueces federales a solicitar la protección de la Justicias de la Unión.

Se habla de que, en estos días, está en estudio la construcción de un nuevo penal de máxima seguridad, que estaría ubicado en Yucatán o Tabasco. Eso por lo que ve a los detenidos por delitos federales. Lo que habría que preguntarse es, si la proliferación de personas que son encerradas se debe a que no hay una salida a la crisis económica que hace que nuestra juventud caiga en las redes de los narcotraficantes o se marchen fuera del país en la búsqueda de mejores horizontes. Es muy triste que en vez de construir escuelas o bibliotecas o museos o crear nuevos empleos, haya la necesidad imperiosa de construir edificios carcelarios, en un país cuyo Gobierno se jacta de democrático. La necesidad de grilletes y de más reclusorios revela que somos una sociedad en decadencia, no por eso, sino porque no somos capaces de tener programas ad hoc que disminuyan los índices delincuenciales.

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