Desde que estallaron los disturbios en el Tíbet, hace varias semanas, el asunto de su autonomía, y el trato que durante medio siglo le ha dado China, se han tornado de candente actualidad. Tanto, que la gira de la mentada antorcha olímpica ha sido más tortuosa que un viaje en aventón de aquí a Tapachula. La atención del mundo al culturicidio que China ha desarrollado durante décadas en el Tíbet no podía haber llegado en peor momento para la gerontocracia comunista, que se empeña en mantener su control sobre una quinta parte de la Humanidad. De cierta manera ha aguado la fiesta que en Beijing tienen siete años preparando.
Además de las protestas, gritos y sombrerazos, está la cuestión de que ahora no se considera políticamente correcto el sonreírles a los opresores o darle la mano a quienes tiranizan a los monjes de manto azafrán. De manera tal que figuras de muy distintos ámbitos que quizá no hubieran dudado en subirse a una tribuna al lado de ciertos dictadores, ahora la piensan antes de pararse en Beijing. De hecho, varios mandatarios que se pensaba, iban a estar en la inauguración como invitados especiales y para darle más sabor al caldo, ya anunciaron que no estarán presentes. Algunos, como la canciller alemana Angela Merker, alegaron problemas de agenda… como si la fecha de la inauguración no hubiera estado determinada desde hace más de un lustro.
Otros, de plano, claman por el boicot a la ceremonia de inicio de los Juegos, como una forma de protesta. Otros prefieren guardar prudente silencio en tanto se calman los ánimos; no vaya a ser que en represalia los chinos inunden sus países con productos “piratas”. Aún así, ha habido primeros mandatarios que han ventilado sus dudas sobre si irán, dejando claro que es por la represión contra los tibetanos.
Lo políticamente correcto alcanzó a los deportistas, y en varias partes del mundo han sido los atletas quienes han decidido enfrentar el problema de ir a competir a un país tan poco respetuoso de los derechos humanos.
Algunos miembros de la delegación francesa quisieron hacer un gesto no muy provocador, pero al mismo tiempo elocuente: portar durante el desfile inaugural un brazalete con los aros olímpicos y la aguada frase “Por un mundo mejor”. La moción fue secundada por el grupo Reporteros Sin Fronteras, una de las ONG’s más prestigiadas en defensa de la libertad de expresión… y muy acerva crítica de las políticas chinas. Se supone que el brazalete no ofendía a nadie ni nada. De hecho, la frase se halla en la Carta Olímpica.
Pues será el sereno, dijo el presidente del comité olímpico francés, quien rápidamente prohibió el uso del artilugio en la ceremonia inaugural o cualquier otro evento de los Juegos. Según su razonamiento, las reglas de la competición prohíben la difusión de mensajes provocativos, racistas o discriminadores. Por qué pedir un mundo mejor es visto como subversivo, no queda claro.
En todo caso, parece que estas Olimpiadas van a estar más movidas que las próximas pasadas… así sea por un motivo no muy deportivo.