Se supone que aquellos que han decidido tomar los hábitos y dedicarle su vida a Dios deben ser mansos como corderillos, poner la otra mejilla en caso de recibir cachetadas, y ser ejemplo de pacifismo y humildad. Al menos, eso se supone.
La historia está llena de ejemplos de clérigos rijosos y de armas tomar… literalmente. En la Edad Media era común que los obispos entraran en combate para defender sus tierras o prebendas… ah, pero eso sí, armados con mazas: como tenían prohibido derramar sangre, al no portar espada según ellos cumplían el requisito. Más para acá, los “papas guerreros” del Renacimiento conducían a sus ejércitos al campo de batalla y le entraban bien y bonito a los cocolazos. Después de todo, eran monarcas de tierras y gentes, como cualquiera otra testa coronada de la época.
Con el paso del tiempo la imagen clerical se ha venido haciendo más benévola. Y excepto uno que otro exaltado por la Teología de la Liberación o por la patética campaña del América, los sacerdotes cristianos no suelen ser muy agresivos. Aunque hay sus notables excepciones, como se pudo ver hace unos días en uno de los recintos más sagrados de la Cristiandad: la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén.
Ese templo, que contiene la tumba en que tradicionalmente fue enterrado Jesús y donde resucitó, es mantenido por monjes de muy diferentes denominaciones, todas ellas cristianas, por supuesto. Hay clérigos de la iglesia ortodoxa griega, de la armenia, católicos, abisinios y siriacos. Si algunas de esas denominaciones no les suena, no los culpo: son iglesias no muy numerosas, pero que al haber sido de las primeras en recibir y transmitir el mensaje del Mesías, son muy celosas de sus derechos en los Santos Lugares. Los armenios, por ejemplo, no se cansan de decirle a quien quiera escucharlos, que el suyo, fue el primer reino oficialmente cristiano de la historia.
Pues bien: como todos quieren tener que ver con el Santo Sepulcro, desde hace siglos se llegó a un acuerdo: los ortodoxos dan misa de tal a tal hora, y se retiran por el pasillo tal. Mientras que los armenios entrarán a cierta hora por determinada puerta y barrerán de la quinta banca p’allá. Cosas así.
El problema es que, desde la pasada Navidad, ortodoxos y armenios se han ido enojando por supuestas faltas al protocolo. Y hace unos días, monjes ortodoxos agarraron literalmente a patadas a un clérigo armenio, dizque porque estaba en una ceremonia en que no debía estar. El agredido, a su vez, fue defendido por colegas suyos armados con escobas y piedras. El zipizape fue detenido por la Policía israelí, que no sabía bien a bien de qué iba la cosa, pero se dio a la tarea de macanear viejitos barbudos para apaciguarlos.
Y no se crean que ahí acabó el asunto: ambos grupos siguen reclamando que el otro ha faltado al convenio. Vaya uno a saber cómo acabe la cosa. Conociendo al gremio, la bronca puede seguir durante décadas. Pero al menos resulta reconfortante que aún haya gente dispuesta a echar mano a los fierros, como queriendo pelear, por cosas tan alejadas de lo material y del peculio.