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Los parches porosos

Gilberto Serna

La anécdota no es del todo confiable. Es el relato breve de un suceso curioso y poco conocido, que escuché de terceras personas, por lo que no me atrevo a revelar el nombre de los protagonistas, sin su consentimiento. Es probable que el hecho haya sufrido alteraciones al pasar de una boca a otra, pero me aseguran que en esencia así ocurrió.

En cierta ocasión el entonces gobernador de Coahuila, recibía en audiencia privada en su despacho de Palacio de Gobierno al alcalde de un municipio cuyos recursos económicos eran tan precarios que, en los comicios hubo la necesidad de pedir a un comerciante del lugar, después de su porfiada reticencia a participar en política, que aceptara el cargo edilicio, lo que hizo de mala gana. El mandatario estaba de pie detrás de su escritorio, con rostro inescrutable, que es el talante habitual de los gobernadores que se precien de serlo. El munícipe se veía agobiado. Sus días al frente de la comuna, se quejaba, no eran los mejores de su vida, traía bajo el brazo un arrugado periódico en el que se hacia escarnio de su desempeño como funcionario público. No se preocupe, le dijo con tono mesurado, y abriendo un cajón del escritorio sacó un gran fajo de rotativos en que se decían lindura y media del Ejecutivo Estatal. Es normal, agregó mientras saboreaba un habano, la política es así, los hombres públicos estamos expuestos a la crítica. Y sacudió el cigarro puro tirando la ceniza acumulada. Ya ve usted, le dijo, ni el gobernador está a salvo. A lo que el edil contestó con acento dolido, si señor gobernador, usted perdonará, pero en su caso lo que dicen es cierto, en cambio a mi me calumnian al llamarme ladrón.

Juventud, divino tesoro, que te vas para nunca jamás volver, a veces sin quererlo, lloro… Sirva esto de preámbulo a lo acaecido el pasado viernes, cuando se entregaban premios a los estudiantes más destacados, un muchacho de pelo color zanahoria le grito “espurio” al presidente de la República. Al instante fue jaloneado por elementos del Estado Mayor y confinado en un cuarto del mismo edificio. Lo importante del hecho es que el adolescente haya usado un término que no es común. Uno esperaría que su léxico fuera más de acuerdo con sus años. Pudo haberlo llamado: ilegítimo, falso, fraudulento, usurpador, ladrón de boletas electorales, bandido, tramposo, estafador, quizá hasta usado la palabra bastardo, que están más al alcance de un mozalbete. El decirle espurio es algo que el pubescente recientemente escuchó o leyó. No creo que esté consciente de la gravedad de lo que dijo. Sea como sea, el presidente no merece el epíteto, me parece más que injusto. Pero dicho por un joven, que acababa de ser premiado por sus méritos académicos, la connotación adquiere una dimensión que debería ser preocupante. Habla de una debilidad que está mostrando el régimen ante la crisis económica y la inseguridad social que, cada día que pasa, adquiere tintes más sofocantes.

El viernes anterior, el impúber era sometido por los guardias que utilizaban un lenguaje soez que avergonzaría a un carretonero. Al preguntar a dónde sería llevado, le contestaron: pregúntale a tu pin... conciencia. Fue empujado, fotografiado e interrogado ilegalmente. ¿Se lo merecía? No lo creo. De lo que estoy seguro es que hubo un abuso de poder. Era suficiente con que el atrevido jovenzuelo hubiera sido retirado del salón donde se realizaba el acto de premiación. Diga lo que diga la Ley de Cultura Cívica, no había cometido delito alguno. Los miembros del Estado Mayor no tienen facultades legales para interrogar a nadie. Menos para privar de su libertad a quien lo máximo que le pueden decir es que abandone la estancia. El tomarle fotos es un agravio que sólo el atropello desmedido puede explicar. Luego sería liberado y entregado a sus familiares, con la advertencia de que, cuando empiece a decir mentiras, será duramente reprimido.

El quién arroja bombas, no es lo importante, a mi modo de ver la cosa, lo trascendente es: ¿qué dio lugar a que se diera el sangriento suceso? La falta de respeto al presidente debería ponernos a cavilar en qué nos estamos equivocando. Sin duda, son huellas visibles de una enfermedad en el cuerpo social que está faltando atender. Hasta ahora parecía un simple resfriado, con el correr del tiempo se ha ido convirtiendo en una pulmonía. Lo peor es que los hombres en el Gobierno se lo curan únicamente con tisanas y parches porosos. Cada día que pasa las protestas, que no son otra cosa, se van haciendo más ríspidas e insolentes. Está convertida la institución presidencial en un punching bag, a donde van a parar todos los golpes. Sus colaboradores parecen mirones de feria, viendo cómo da vueltas el carrusel pero sin arriesgarse a subirse, bueno ni tan siquiera en los caballitos. Prefieren esperar, sin tomar la iniciativa, a que el Ejecutivo en alguno de sus muchos discursos indique lo que deba hacerse. Mientras, dedican el tiempo a hacer negocios, en lo que han salido más picudos que los anteriores. El pueblo tiene la viva sensación de que el presidente cada vez está más solo.

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