En la escuela nos obsequiaban paletas heladas y no nos dejaban tarea, pero en mi casa, no recuerdo que se mencionara siquiera el Día del Niño. No es extraño, ya que por entonces los menores éramos ciudadanos de segunda. Para los niños antiguos estaba la escuela, jugar al “Avión” en la banqueta, andar en bici en la calle, y los amigos. Estaban las caídas, los codos y las rodillas siempre raspados. Y estaban las nalgadas y los castigos para cuando uno se pasaba de listo o se pasaba de tonto. Nuestros padres eran profesionistas, artesanos o comerciantes, y la calle, el dinero y los negocios eran su asunto.
Dependientes y obedientes, nuestras madres difícilmente tenían preparación para otra cosa que no fuera el matrimonio y la maternidad. Andaban por casa atendiendo a sus hijos y sufriendo lo suyo, porque lo suyo era sufrir. Las verdades fundamentales de la vida, como aquello de que los niños llegaban de París en el pico de una cigüeña, que el Niñito Jesús nacía puntualmente cada Navidad y Los Santos Reyes dejaban junto a nuestra cama los juguetes; se nos transmitían de manera natural y la infancia transcurría sin mayores sobresaltos.
Los niños postmodernos montan en bici con casco y rodilleras, en el auto van siempre sujetos con el cinturón de seguridad y disponen de tecnología de punta, que si bien los mantiene informados de la marcha del mundo, también los aísla. Escuchan su propia música, tienen su propio ipod, su propio teléfono y su paidopsiquiatra. Saben de deportes, de autos y de condones, pero ignoran el arte de la conversación. Tienen las cabecitas llenas de información pero no saben sembrar un jitomate. Asisten a cursos de estimulación temprana, cuentan con educación sexual oportuna y expedita, y la industria y el mercado se froten las manos ante la gallina de los huevos de oro que representan estos postmodernos consumidores compulsivos. ¿A quién saliste tan guapo mijito? –Pues yo creo que a papi porque fue él quien puso el espermatozoide… -me respondió Tsenre, un mococete de seis años. Cualquier día de estos tendré que pedirle que me dé un breve cursillo de actualización sexual.
Pensando en hacer una nota para el Día del Niño, vengo a caer en cuenta de que ignoro casi todo de los niños y hasta de los padres postmodernos. Las fotografías que el pasado domingo publicó un diario español en las que Carme Chacón, joven Ministra de Defensa de España aparece en las calurosas tierras afganas pasando revista a sus tropas ¡embarazada de siete meses!, confirman mi perplejidad. Otra fotografía que llama la atención, es la de la soldado británica Katrine Hodge, condecorada recientemente en Irak por su coraje en campaña, quien hoy ha cambiado el uniforme militar por el reglamentario bikini con el que compite por el título de Miss Inglaterra.
Polivalente como es esta joven; seguramente en poco tiempo querrá también ser madre de dos o tres chiquillos. Ante los hijos que darán a luz estas intrépidas mujeres, lo único que se me ocurre pensar es que madres tan eficientes difícilmente encontrarán el tiempo de abrazar a sus hijos y darles las altas dosis de cariño y atención que éstos requieren al menos los primeros años de su vida. También se me ocurre que nuestras madres, limitadas al ámbito hogareño y sin mayores expectativas, si bien tenían el tiempo para abrazar a sus chiquitos, difícilmente tenían el entusiasmo para despertar en ellos la curiosidad y la alegría de vivir de la que ellas mismas carecían.
El reto incuestionable de las supermujeres de hoy, es encontrar el equilibrio. Por la buena marcha del mundo, espero que lo consigan. Tal como están las cosas mejor nacer como Adán; a los treinta años.
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