Hace 70 años España se encontraba cubierta de sangre de hermanos. Hoy, a pesar de divisiones, florece, prospera y construye su camino. Hace 70 años se iniciaba la Segunda Guerra Mundial. Hitler invadiría la mitad de Europa; la acción guerrera costaría la vida de 61 millones; el Holocausto se contabiliza aparte, el mayor horror de la humanidad llevaría a la muerte a más de dos decenas de millones de judíos. Hoy Alemania, unida de nuevo, con todos sus problemas, es el motor económico de Europa y la tercera potencia mundial. Europa emprendió hace medio siglo un gran abrazo unificador que ha creado la zona más rica del orbe. Sin falsos nacionalismos enfrenta el Siglo XXI.
Hace setenta años el paradigma marxista-leninista se encontraba en auge. Los planes quinquenales de la Unión Soviética y los resultados iniciales de las economías centralmente planificadas, enmascaraban la brutal tragedia que se gestaba. El mundo se dividiría en bloques. China bajo la férrea conducción dictatorial del Partido Comunista y su líder Mao Tse-Tung, parecía incontenible. El mapa del mundo se modificaría para reconocer las áreas de influencia de los nuevos imperios. Años después el mundo se enteraría de que el experimento Chino llevó a la tumba a alrededor de 35 millones de vidas y que Stalin y su régimen serían los responsables de haber aniquilado a 62 millones.
Hace setenta años los derechos políticos de la mayoría de los habitantes de éste planeta eran débiles y desprotegidos. Las democracias formales imperaban sólo para un 20% de la población mundial. Hoy la cifra roza el 70%. La figura de los derechos humanos era hace 70 años un asunto académico o cuando más doctrinal, lejano de la vida cotidiana. Las mujeres no votaban, los jóvenes tampoco. En Estados Unidos había zonas entregadas al Ku Klux Klan y la igualdad entre razas tardaría un cuarto de siglo en llegar. Hace 70 años la ONU no existía, las colonias seguían siendo una realidad cotidiana. Hace 70 años nadie hubiera imaginado que la India podría convertirse en una potencia en busca de la modernidad posible. Hace 70 años la miseria en el mundo era mucho mayor y pocos hubieran defendido una posición diferente a la de la autarquía económica. La prosperidad generada en las últimas dos décadas del Siglo XX no tiene precedente.
Siete décadas son mucho tiempo, lo son en términos de la biografía de una persona pero también en el acelerado reloj del Siglo XX y XXI. Hace 70 años Lázaro Cárdenas nacionalizó la industria petrolera. Pemex se convirtió en un referente del nacionalismo mexicano. En muchos sentidos esa industria ayudó a la integración nacional y a construir el México de hoy con todas sus contrahechuras: 106 millones de habitantes; un ingreso per cápita de 8,000 dólares; 14% en pobreza extrema; un nivel de escolaridad de 8 años; 10% de analfabetismo; una esperanza de vida de 74 años, similar a la de países desarrollados; 76% de población urbana; 70% de la economía proviene de los servicios que emplean al 58% de la mano de obra; casi dos médicos por cada 1000 habitantes; cuarto socio comercial de Estados Unidos y doceava economía del mundo.
Podría parecer simplista decir que Pemex ha estado detrás de muchos de los logros nacionales, pero así ha sido. Basta recordar que 40 centavos de cada peso fiscal provienen de los impuestos y diferentes gravámenes que se aplican a la empresa para imaginar como ese 40% de los recursos federales han ido a dar a escuelas, hospitales, carreteras, salarios, etc. El problema es que ordeñamos demasiado nuestra vaca nacional y ahora está técnicamente quebrada. Así llega a su cumpleaños 70. Ya con la empresa en terapia intensiva surge la discusión que parece dividir al país. La pregunta central es si Pemex debe seguir siendo una empresa totalmente estatal, pura, o si se le debe permitir asociarse con capitales privados, como ocurre en todo el mundo. La confusión es sin embargo profunda.
¿Puede Pemex volver a ser una empresa estatal pura y próspera? Sí, siempre y cuando se le permita quedarse con más recursos que hoy van a dar al fisco. Hay empresas estatales eficientes y sin corrupción, pero requieren controles, competencia y autonomía. Si esa fuera la decisión entonces hay dos alternativas: invertir menos en lo que necesitamos para abatir la pobreza o ir a una profundísima reforma fiscal para compensar los recursos faltantes. Lo que no se puede es salvar a PEMEX y seguir gastando igual. Los dineros son los mismos. Sobra decir que incrementar la recaudación en 40%, lo cual a la larga es deseable, se llevaría años y el paciente está muy grave. ¿Qué hacer? El sentido común recomienda ir liberando a Pemex de la excesiva carga fiscal para que así pueda invertir en sí misma, darle más autonomía y que tenga más controles. A la par, por lo pronto, las asociaciones le permitirían moverse, avanzar sin tener que jalar recursos fiscales o endeudarse más.
Dos estudios recientes (Reforma y GEA-ISA) muestran que los mexicanos no saben qué pensar. No saben si Pemex es del Gobierno o de los ciudadanos; no saben si les beneficia a ellos o al Gobierno; el demonio es la palabra “privatizar”, pero están de acuerdo con las asociaciones. Sin embargo, la discusión está envenenada intencionalmente. Resulta increíble la rigidez purista de algunos: nada se debe cambiar. Así, mientras el mundo busca todos los días alternativas de prosperidad y cambia radicalmente, en México algunos quieren anclarse en 1938. La historia registra pocos dogmáticos como estos. Tienen un problema ético: cómo explicarle a los miserables de México que la pureza de Pemex es más importante que ellos.