lo que más quisiera, en este inicio de un nuevo año, es creer en la buena fe de los dos bandos, pero por más que me quiebro la cabeza, no la encuentro por ningún lado. Veamos, en el país, de todos los que conforman el continente Americano, que le rinde un merecido homenaje al que descubrió para los europeos el continente que hoy lleva el nombre de América, es Colombia. Fue en 1507 cuando un cosmógrafo alemán puso en un mapa del mundo el nombre de lo que se conocería como América. De ahí en adelante el gentilicio sería el de americanos para los nacidos en este hemisferio que, por cierto, los de las barras y las estrellas se lo han adjudicado, como si el territorio fuera únicamente de ellos.
Es Colombia, una república que al ladito tiene el territorio que ocupa el Gobierno del inefable Hugo Chávez, de cuya presencia han dado cuenta los medios al protagonizar un enogozo pleito con el presidente colombiano Álvaro Uribe, que aceptó en un principio la mediación de aquél en las negociaciones con la guerrilla denominada Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, para la liberación de rehenes. A poco se percató por sí mismo o le hicieron ver su craso error, de estar vistiendo de héroe al presidente Chávez, siempre que lograra que los rebeldes entregaran a cualquiera de las personas que retiene, lo cual tenía visos de que iba a suceder muy pronto. Cosa que los enemigos de Chávez no podían permitir por lo que Uribe, presionado por los dueños de toda la América, retiró la acreditación que autorizaba al presidente venezolano para que participara en el evento.
Conociendo a Chávez sabíamos que no se quedaría con los brazos cruzados, ante el desaire que significaba su inhabilitación, por lo que le cayó de perlas que familiares de los rehenes le pidieran no interrumpir su gestión.
Se anunció con bombo y platillo que para el intercambio, la guerrilla pondría a 45 retenidos en libertad, en un inicio sólo tres, y el Gobierno colombiano a 500 rebeldes actualmente en prisión, en ambos casos no hay avance, dándose versiones contradictorias tanto de los guerrilleros, que argumentaron no se estaban dando las condiciones de tranquilidad para entregar prisioneros, por que no se habían detenido los intensos operativos militares, que comprometen la seguridad de alzados y sus cautivos, como del presidente Uribe al asegurar que mantendría las órdenes de facilitar la misión humanitaria, aunque, bien a bien, al ignorar dónde había rebeldes, su Ejército seguiría patrullando varias zonas que, sin querer queriendo, podían coincidir en un enfrentamiento precisamente donde ocurriese la entrega. Su apuesta sería sacarle la delantera a Hugo Chávez a cualquier precio.
Los que no se han retirado son los satélites espías del Gobierno de Washington que están atentos a cualquier movimiento de los subversivos. En fin, será melón o será sandía, pero paradójicamente unos estarán empecinados en que no haya liberación y los otros harán el mayor ruido posible para liberar a los secuestrados. A las dos partes, en estos momentos, les interesa un bledo la suerte que puedan correr los rehenes. El Gobierno colombiano no quiere que con ese motivo, al soltar sus captores a tres confinados en la selva, se cubra de gloria el Gobierno que encabeza Hugo Chávez.
Lo que pueda o no pasar es algo que no le quita el sueño al presidente Álvaro Uribe, siempre que el venezolano no se lleve los honores, por lo que hará hasta lo imposible por que fracase esa gestión seudo-humanitaria.
A Hugo Chávez, presidente venezolano, no le importa tanto la libertad de los rehenes, que llevan años en manos de los guerrilleros, sino la resonancia internacional que significaría lograr la liberación de personas que el Gobierno colombiano no ha podido poner a salvo.
Tanto en el exterior como en su país se revelaría como un dirigente que sabe cómo hacer las cosas. De ahí, seguro lo piensa, podría convertirse en un poderoso líder regional. Ésa sería su tirada. Le pusieron en charola de plata la oportunidad de colocarse como un buen negociador. Aunque no todo sería su mérito pues está contando con el beneplácito de los insurrectos, quienes de seguro ven con buenos ojos que Chávez humille a Álvaro Uribe poniéndole la muestra de cómo hace las cosas un amigable componedor, además, después de todo, si se trata de arreglar a los partisanos no hay otro mejor que quien habla su propio idioma.
El célebre cineasta Oliver Stone apagó sus cámaras, guardándolas para mejor ocasión. Así las cosas, es obvio que esta historia no ha terminado.