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Los secretos del Archivo Militar

Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Entre las buenas reformas legales que ha traído a México la modernidad de los procedimientos democráticos llega una retrasadita en tiempo y quizá por ello será muy bienvenida: serán abiertos los archivos oficiales de la Secretaría de la Defensa Nacional para consulta de cualquier persona o institución interesada en conocer, y dar a conocer, la actividad y desempeño del Ejército en la vida institucional de México.

El diccionario Porrúa de Historia menciona siete corporaciones designadas como Ejércitos en el discurrir del tiempo entre la Colonia, la Independencia, la Reforma y la Revolución; estructura todas con distintos fines, jurisdicciones y organización interna: los Ejércitos irregulares en la Nueva España, el Ejército regular en la nueva España, el Ejército de Oriente, el de Occidente, el Ejército Federal, el Ejército Constitucionalista y el Ejército Federal Mexicano.

El Ejército existe oficialmente desde que nuestra nación declaró su independencia de la Monarquía española y fue reconocida por ésta el día veintiuno del mes de septiembre de 1821. Sin embargo la Fuerza Armada del Gobierno mexicano hubo de sufrir tantos cambios en denominación y estructura como la obligaba el continuo hacer y deshacer de los diferentes mandos políticos nacionales.

En la organización colonial no hubo Ejército sino milicias: cuerpos de ciudadanos y campesinos que tomaban las armas cuando era necesario mantener el orden interno del país, pero que resultaban inútiles, por ejemplo, para contener las acometidas de los piratas sobre los puertos marítimos. El Virrey, Marqués de Cruillas, valoró esa indefensión y empezó por reorganizar las milicias en 1761 al designarles jefes más o menos preparados que antes habían sido oficiales del Ejército Español. Luego en 1765 el emperador Carlos II envió al teniente general Juan de Villalba como comisionado a tal fin, y vino acompañado de cuatro mariscales de campo y muchos oficiales de diversas graduaciones, un regimiento de artillería y varios piquetes de otros cuerpos. En resumen para 1808 el Virreinato tenía 40 mil hombres listos para su defensa, mandados por clases militares disciplinadas y estratégicamente repartidos en las principales provincias de la Nueva España.

Los Ejércitos irregulares en la Nueva España (siglos XVI y XVII) surgieron a falta de un Ejército regular que luego se integró con la guardia de alabarderos del Virrey y así se mantuvo hasta que Carlos III la sustituyó por los regimientos de veteranos. Al surgir de un conflicto los encomenderos del Virrey reunían a los vecinos principales y a los batallones que iban a defender las ciudades. En tales condiciones se impulsaron los Presidios en el territorio colonial. Ya en el siglo XVIII los cuerpos del Ejército tenían tres deberes: detener las incursiones de los indios, dar seguridad a las rutas de los misioneros y proteger los caminos, los correos y el comercio. A mediados del siglo empezaron a crecer las poblaciones cercanas a los dichos Presidios.

Ya en el México independiente el cuerpo militar nacional se dividió en Ejército de Oriente y Ejército de Occidente con el objeto de luchar contra la intervención tripartita formada por Inglaterra, Francia y España. El Ejército de Oriente se distinguió en 1862 por el triunfo del general Ignacio Zaragoza sobre las fuerzas francesas y los soldados del Imperio de Maximiliano. En el mismo empeño destacó el Ejército de Occidente al mando plenipotenciario del general Ramón Corona, quien designaba gobernadores y comandantes militares en Sinaloa, Colima y Jalisco, disponía de las rentas de las entidades en su jurisdicción y podía hacer uso de los medios necesarios para arbitrarse recursos económicos extraordinarios, conferir grados, crear empleos y designar empleados.

El Ejército Federal fue unificado durante el Gobierno del general Porfirio Díaz, al que auxiliaba el secretario de la Defensa, general Bernardo Reyes. Así adquirió unificada autonomía sobre las fuerzas rurales estatales y cuerpos policiacos civiles.

Ésta corporación mantuvo con mano de hierro la paz interior, combatió a los enemigos del porfirismo e intentó lograr la unidad nacional, hasta con excesos de violencia. Por primera vez las Fuerzas Armadas adquirieron un espíritu de cuerpo disciplinado y leal a las constituciones e instituciones gubernamentales para defenderlas, sea quien fuera el presidente en funciones, ya fuera Porfirio Díaz, Francisco I. Madero o Victoriano Huerta; aunque la defensa del Gobierno maderista está en histórico entredicho.

Triunfante, el Ejército Constitucionalista mejoró sus efectivos, se organizó debidamente y colaboró con el Gobierno civil para desterrar la inestabilidad causada por el caudillismo de los jefes revolucionarios. Con el país en paz el Ejército Mexicano colaboró con varios presidentes de la República en los excesos de poder; así fue el caso del régimen del general Obregón que asumió el poder cuando asesinó al presidente Venustiano Carranza y luego, literal y violentamente ordenó a los militares el ajusticiamiento de los potenciales competidores presidenciales del divisionario sonorense para asegurar su reelección en 1928 aunque posteriormente fue asesinado. Otros casos se han mantenido en absoluta secrecía, como los sucesos de octubre del 68 y los recientes del 93 y 94, seguramente archivados en la Sedena, pero que pronto podrán ser consultados por quienes deseen documentar una visión más clara de los acontecimientos. Y quizá, esperemos, veamos en las salas cinematográficas la película de Julio Bracho, “La Sombra del Caudillo” basada en la novela homónima de Martín Luis Guzmán. Así sea.

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