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Maratón

Gilberto Serna

Me gustaría haber participado en una carrera de resistencia en mis años juveniles cuando mis piernas no se habían anquilosado con el paso del tiempo. No sé cómo me las hubiera arreglado para transpirar endorfina durante las horas que transcurren desde la salida hasta el arribo a la meta y entretener mi espíritu sujeto a dar zancadas sin más. En aquel entonces, gustaba de los ejercicios al aire libre. Más como pasatiempo que como actividad física. Mi generación no disfrutó de la propaganda que rodea en estos días a esos eventos, que ahora no deja de ser un acicate para los niños. Allá por los años cincuentas aparecía una fotografía en la portada de una revista en español en la que se captaba a un hombre de edad en pants y tenis, trotando en un primer plano, teniendo de fondo los monumentos mortuorios de un camposanto, en que reposaban el sueño eterno, decía el pie de grabado, los amigos que no se habían percatado de los enormes beneficios en su salud que les hubiera traído la práctica de un deporte. Sonreía el galeno a plenitud convencido de que su sana longevidad se debía a sus diarias caminatas.

No se había establecido, hasta entonces, una relación entre el ejercicio y la salud. Las notas en los periódicos, al respecto, eran escasas. Ya se había escenificado la olimpiada previa al inicio de la Segunda Guerra Mundial en Alemania donde fue humillado Adolfo Hitler quien se retiró del estadio para no tener que galardonar a un atleta negro. La prueba de maratón, una carrera de 42, 195 kilómetros, recordaba la legendaria hazaña del guerrero griego Filípides que, según la leyenda, corrió esa distancia que había entre Maratón y Atenas para anunciar la victoria de los griegos contra los persas, año -490, cayendo exhausto, sin vida, una vez dada la noticia. Se corrió ayer en nuestra ciudad. El aullar de las sirenas de coches de la Policía vial protegiendo las bocacalles para evitar un accidente, dándoles seguridad a nuestros lebreles locales e invitados. Los veía pasar, con alegría, gran enjundia y decisión, en mitad de una de las calles. Sudaban a mares las camisetas. La gente que en gran número se juntaron en las aceras del recorrido les aplaudía a rabiar.

Se hacían nudos de vehículos motorizados cuyos conductores en su mayoría esperaban con paciencia les permitieran avanzar. Los atletas, resoplando, con los brazos haciendo equilibrio, movían las piernas con la cadencia de quien está entrenado para esos menesteres. No es sólo tener una buena condición física, pulmones de acero para aguantar el paso, se requiere además una estrategia que permita al atleta administrar su potencial, midiendo los tiempos, apretando el paso según las circunstancias. Un ritmo endemoniado hacía que los más débiles quedaran rezagados. Las mujeres que competían hacían su mejor esfuerzo. La mañana soleada hacía lucir en todo su esplendor las oropéndolas, de plumaje color negro en las alas y la cola, así como el pico y las patas, con el resto de color amarillo. Si no lo eran qué decepción, volando en bandadas se mantenían unidas, haciendo cabriolas de conjunto. Cada año las hospedamos en las copas de los árboles con las ramas desnudas por el invierno.

Es cierto que hacen ruido, que con sus evacuaciones ensucian las carrocerías y los patios interiores de las casas del rumbo, que con sus alborotos hacen un ruido que molesta oídos delicados, pero fuera de todo prejuicio debemos tener en cuenta que tienen un significado que se denomina vida, después de todo son seres biológicos. Por eso me repatea que molestos moradores del vecindario utilicen cohetones para ahuyentarlas dándoles el mismo trato que se le daría de una plaga insoportable. Apenas se oye el trueno las aves escapan a todo lo que dan sus alas. Revolotean de un lado a otro desorientadas por el estruendo buscando alejarse del peligro. En algunos lados cortaron árboles para evitarlas. Esta es una época trágica para esos pájaros. Quizá necesitarían un santuario, donde estuvieran a salvo. El maratón llegó a su fin, se corrió el trayecto en 2 horas, 12 minutos y 38 segundos. Respiré hondamente como si hubiera ido detrás. Los demás corredores siguieron llegando hasta muy entrada la tarde. Total, un domingo para recordar, en que se dio la ocasión de que los laguneros estuviéramos unidos.

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