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Más Allá de las Palabras / ADULTERIO

Jacobo Zarzar Gidi

Un gran desorden impera en la sociedad actual producido por la pérdida de valores morales. A determinada edad, el hombre casado, comienza a buscar una segunda mujer más joven, para enamorarla, seducirla y tener relaciones sexuales. Para no sentirse mal, encuentra con mucha facilidad una serie de pretextos que justifiquen su actuación. La pasión convertida en lujuria lo envuelve, y poco a poco le cambia su manera de pensar. Podemos disfrazar nuestro proceder y darle diferentes nombres, pero a final de cuentas se trata de un adulterio que viola una regla moral que se encuentra vigente en nuestra religión. Se trata de un grave pecado mortal que afecta a la humanidad y se repite cada vez más en todos los niveles sociales. El sacramento y el contrato civil llamado matrimonio, los hacemos a un lado, a pesar de la importancia que tienen, y volvemos a sentirnos jóvenes al vivir clandestinamente una nueva aventura. Pero, ¿por qué sucede todo esto? En la mayoría de los casos son los dos cónyuges quienes provocan directa e indirectamente esa situación, a pesar de que es el hombre quien tiene mayor culpa que la mujer. Los hombres no sabemos tratar a las mujeres, y algunas mujeres se han cansado de comportarse como tales. De recién casados, si el marido le dice a la esposa “que está muy guapa”, ella le contesta “que no le quedó bien el peinado y que no está conforme con el tinte que le pusieron en el salón de belleza”. Si el marido le alaba la comida, en lugar de decir “gracias”, le contesta “que no le salió como ella lo había planeado porque no encontró los condimentos que buscaba”. Si una visita que llega le dice a la esposa “¡qué hermosa está su casa!”, ella contesta que “aún le faltan muchos muebles que su esposo no le ha comprado y varios cuartos por decorar”. Todo esto comienza a cansar al marido que no encuentra correspondencia al espontáneo buen trato que da a su mujer, lo cansa, porque siente que nunca le da gusto y que últimamente a todo le halla defectos. La necesidad en la frecuencia de las relaciones sexuales, son también muy diferentes entre el hombre y la mujer. En repetidas ocasiones cuando él la busca, a ella le duele la cabeza, ya no se arregla como antes, se encuentra cansada e indispuesta, o no tiene la intención de tener una relación; y para colmo de males, se pone a recordar cosas negativas que supuestamente le molestaron del marido tiempo atrás. Si a esto le añadimos que por lo regular, “el hombre se casa para tener mujer”, y “la mujer se casa para tener hijos”, la tendencia será -si no existe un amor pleno de la pareja y sólidos principios morales- una disminución cada vez mayor del amor y la unidad de los esposos. Como consecuencia de todo esto, comienzan a dormir en cuartos separados, se ocultan cosas que antes compartían, surge una lucha por el poder, les da por manipular a los hijos, y el amor original -cansado ya de tanto deterioro- empieza a transformarse en odio. Es en esos momentos cuando el hombre busca fuera de casa lo que está convencido de que en ella no encuentra. Y si analizamos las actuaciones de nosotros los hombres, podemos afirmar que en repetidas ocasiones también fallamos al igual que ellas. La mujer, al contraer matrimonio, busca seguridad, atención y cariño, y frecuentemente no lo encuentra en el esposo, sobre todo después de varios años de casada. Al hombre se le dificulta ser amable, caballeroso y romántico con su mujer, no porque no lo sepa hacer, sino porque no quiere, la prueba es que cuando tiene una amante, la trata bien y la llena de regalos. Con frecuencia la esposa sufre soledad y abandono del marido, muchas veces insultos y golpes. El hombre puede llegar a transformarse en un “Casanova violador”, en lugar de ser con la esposa un “Juan Tenorio seductor”. Frente a ese vacío de amor y nulo buen trato del esposo, existe el riesgo de que aparezca, en el sitio menos esperado, otro hombre que le hable bonito, que simule ser un caballero y la haga caer. Ese comportamiento irregular de los cónyuges ocasiona un pecado mortal llamado adulterio, que puede tener gravísimas consecuencias para la salud moral de las personas, y sobre todo para los hijos. “Yo también te perdono, vete y no peques más”, le dice Nuestro Señor Jesucristo a la mujer adúltera. Si, Él nos perdona, pero es necesario arrepentirnos y corregir nuestra situación irregular; allí es donde no queremos dar el brazo a torcer, o no podemos, porque ya tenemos hijos con otra mujer, o ya fuimos abandonados por la que fue nuestra legítima esposa. Muchas veces el destino juega con nosotros en una forma dolorosa y cruel. Conozco casos en los cuales la amante abandona a su compañero después de quedarse con toda su fortuna, y es la esposa quien finalmente lo recoge de la miseria, lo atiende en sus enfermedades, lo perdona y le da cristiana sepultura cuando muere. Pero también sé de otros casos en los cuales la esposa le da mala vida al marido, arrebatándole todo el dinero y las propiedades que tiene, echándolo posteriormente fuera de casa cuando se entera de sus aventuras con la amante, y es ésta quien lo atiende hasta el final de sus días, cuando envejece, cuando sufre de terrible soledad, y cuando muere... Por eso, es mejor no juzgar en lo particular a nuestros semejantes, dejémosle esa difícil y complicada tarea a Dios Nuestro Señor, que será finalmente el Gran Juez de todos nuestros actos.

jacobozarzar@yahoo.com

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