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Más Allá de las Palabras / DIOS, EL DINERO Y USTED

Jacobo Zarzar Gidi

En el año 1995, salió a la venta en los Estados Unidos de Norteamérica, un libro maravilloso que se titula “Dios, el Dinero y Usted” (God, Money & You), escrito por Ron Bentz. En sus páginas, el escritor narra que durante muchos años su meta principal fue trabajar muy duro para convertirse en millonario. Su método consistió en ahorrar todo el dinero que pudo y comprar terrenos. En el transcurso de los años vio resultados, pero nunca estuvo satisfecho. A los cuarenta años de edad y ya casado, decidió valorar su progreso. Descubrió, con sorpresa, que su capital neto era de más de un millón de dólares, tenía un buen negocio de bienes raíces, un rancho de trescientas hectáreas, un conjunto de inversiones exitosas que parecían prometer un crecimiento ilimitado, un condominio en la costa de Oregon, una familia saludable y un vacío muy grande en el centro de su vida.

Cuando examinó a su familia, no le gustó lo que observó. Bárbara su esposa, había estado tan ocupada cuidando a los hijos mientras él trabajaba, que no se había desarrollado una relación real entre los dos. Se habían casado hacía dieciocho años y eran prácticamente unos extraños. Sus cinco hijos ya eran adolescentes, pero uno de ellos se había metido en problema de drogas. Ninguno estaba interesado en establecer relaciones con su padre, no lo necesitaban, ni les agradaba su compañía.

Al contemplar su éxito financiero, tuvo que admitir otro hecho. Simultáneamente con la acumulación de bienes, se había desarrollado un profundo temor a perder lo que poseía. También se dio cuenta de que todo el tiempo que empleó para ganar dinero, había tenido serias consecuencias negativas para su familia.

Buscando un remedio a su situación, el autor del libro fue desarrollando un insaciable apetito por la lectura de las Sagradas Escrituras. Quedó asombrado al descubrir que este libro tiene mucho que decir acerca del dinero. De hecho, hay más de dos mil pasajes que tratan este tema, comparado con quinientos pasajes relacionados con la oración, y un número similar relacionado con la fe. Aparentemente, Dios pensó que las finanzas eran importantes. Comenzó a darse cuenta de que si realmente quería seguir a Jesucristo, necesitaba poner en orden sus asuntos financieros. El Papa Juan Pablo II nos dijo: “Lo que cuenta es lo que el hombre es, no lo que el hombre tiene”.

El autor del libro reflexiona en su obra, que “Las Leyes Naturales de la Prosperidad” comprenden aspectos como una buena administración del tiempo, el trabajo duro, el estudio, el aprender a mejorar en todos los aspectos de la vida y el ahorro; en cambio, “Las Leyes Espirituales de la Prosperidad” incluyen el reconocimiento de que Dios es dueño de todo, es la fuente de nuestra felicidad y satisface todas nuestras necesidades, tomando en cuenta que tenemos que dar para poder recibir, y debemos ser buenos administradores de sus regalos para con nosotros. Lo ideal sería intentar seguir las dos leyes para conseguir aunque sólo sea un relativo éxito material que nos evite una grave tensión financiera, y al mismo tiempo disfrutar de paz espiritual.

No hay nada malo en desear prosperidad. Dios no nos hizo para ser unos fracasados. Sin embargo fallamos a veces porque estamos siguiendo un camino diferente del que Él quiere que sigamos. Algunas personas entienden mal lo que es prosperidad. Puede significar muchas cosas además de tener dinero. El plan de Dios para con nosotros es que no debemos apegarnos a las cosas materiales, contentémonos con lo que tenemos sin dejar de esforzarnos todos los días. Jamás envidiemos a otra persona, por más dinero que tenga. No permanezcamos inconformes, porque podemos convertir nuestra vida en una completa desgracia. Dios ha dicho que jamás nos abandonará, ni nos desamparará. Cuando el señor Ron Bentz, su esposa y sus cinco hijos reflexionaron a fondo en su situación espiritual, tomaron la decisión de entrar en una relación con Dios realmente personal. Fue como pasar de un mundo en blanco y negro, a otro en tecnicolor. Se dieron cuenta que Dios tiene un plan maravilloso para nuestras vidas, y si nosotros no le ponemos trabas, llegaremos a conseguirlo.

Los seres humanos no están equivocados en tratar de obtener prosperidad. Pero los métodos que utilicemos son más importantes que el resultado final. La reputación vale a fin de cuentas más que la prosperidad. Las Sagradas Escrituras nos advierten que no tratemos de hacernos ricos rápidamente, y mucho menos pisoteando a los que nos rodean; que el camino hacia la riqueza es un proceso largo y tenaz; que no debemos preocuparnos en tratar de hacernos ricos, y que Dios puede bendecirnos con la prosperidad si así lo decide. No necesitamos de métodos potencialmente dudosos, ni necesitamos ganar la lotería. Podemos ser felices con muy poco dinero, mucho más que todos aquéllos que un día se lanzaron estrepitosa e inexplicablemente en busca del dinero -pensando que era el mayor valor que existía, y descuidaron su matrimonio, su familia, el amor, la paz del espíritu, y las ilusiones que durante mucho tiempo reinaron en su mente.

El Señor Jesús, volviéndose hacia sus discípulos les dijo: “No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis: porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido; fijaos en los cuervos: ni siembran ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!”. (San Lucas, capítulo12, versículos 22 al 24).

Infinidad de personas piensan que no están viviendo bien si no gastan mucho dinero. Piensan que han fracasado, porque otras tienen más bienes o más propiedades. Están convencidas de que si las cosas no cuestan mucho, no deben de ser buenas. Reniegan constantemente por haberse casado con alguien que no recibió una herencia cuantiosa. Con frecuencia voltean a ver con cierto enojo a su vecino o a su vecina que compró un auto o una camioneta nueva. Algunos padres de familia buscan para sus hijas posibles prospectos que tengan abundantes recursos materiales, descuidando el observar si son trabajadores y si tienen principios morales que los sostengan. Olvidan tomar en cuenta que las fortunas van y vienen, porque la vida en ese aspecto es similar a una rueda de la fortuna: a veces estamos arriba, y a veces estamos abajo. Es importante notar que Dios no ignora nuestras necesidades básicas, pero tiene planes más altos para nosotros que la simple persecución del pan y del vestido. Desde luego que necesitamos alimentarnos, pero más de mil trescientos millones de chinos viven con la misma cantidad de alimento que el que consumen 300 millones de norteamericanos.

Es importante reflexionar si hacemos el bien con los talentos recibidos entre los cuales se encuentran los bienes materiales, porque el Señor quiere ver bien administrada su hacienda. Lo que Él espera es proporcional a lo que hemos recibido. “A quien mucho se le da mucho se le reclamará, y a quien mucho se le ha entregado, mucho se le pedirá” (San Lucas, capítulo 12, versículo 48). Con el ejercicio que hagamos de los bienes que Dios ha depositado en nuestras manos estamos ganando o perdiendo la vida eterna. Algún día, tal vez muy pronto, habremos de rendir cuentas del modo en que utilizamos lo que Dios nos prestó en administración. Esto incluye: la vida, nuestra familia, nuestro cuerpo, nuestro tiempo, los conocimientos y las oportunidades, las capacidades, nuestras posesiones y también nuestro dinero.

jacobozarzar@yahoo.com

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