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Más Allá de las Palabras / EL AMOR QUE DA LA VERDADERA FELICIDAD

Jacobo Zarzar Gidi

“CANSADO DEL CAMINO, SEDIENTO DE TI,

UN DESIERTO HE CRUZADO,

SIN FUERZAS HE QUEDADO, VENGO A TI.

LUCHÉ COMO SOLDADO Y A VECES SUFRÍ,

Y AUNQUE LA LUCHA HE GANADO,

MI ARMADURA HE DESGASTADO, VENGO A TI.

¡¡SUMÉRGEME!! EN EL RÍO DE TU ESPÍRITU,

NECESITO REFRESCAR ESTE SECO CORAZÓN,

SEDIENTO DE TI”.

(JESÚS ADRIÁN ROMERO)

Teresa de Jesús -nieta de judíos conversos, mejor conocida como Santa Teresa de Ávila, es Doctora de la Iglesia Católica, escritora española y fundadora de las Carmelitas Descalzas (1515-1582). La llamaron “trotamundos”, porque iba por los caminos de España hablando de Dios y fundando conventos. La llamaron “Mística”, “Santa”, “Castellana” y “Enamorada de Dios”. Acometida de grave enfermedad, su padre la llevó un día en el año de 1535 a Castellanos de la Cañada, con su hermana, para que recuperara la salud. Al llegar la caravana, después de un cansado viaje a caballo, varias personas de la aldea se aproximaron a recibirla. En esos momentos, el libro que llevaba en sus manos y que cambió su vida llamado “El Alfabeto Espiritual”, se le cayó al suelo y fue el sacerdote de la aldea quien se lo entregó. Al dárselo, el clérigo sintió la mirada penetrante de la Santa que removió todo su interior y lo hizo sentir mal por la vida de pecado que llevaba. Al día siguiente, Teresa acudió a confesarse con el mismo sacerdote y éste ya no pudo resistir la presencia espiritual de la Santa. En lugar de que ella le dijera sus pequeñas faltas veniales que pudiera tener, fue él quien se confesó con ella. Le comentó que desde mucho tiempo atrás vivía en concubinato con una joven mujer y que no tenía fuerzas para dejarla. Ella lo escuchó con atención y le dijo: “A final de cuentas, hemos de salvarnos solos, con la Gracia”. El sacerdote lloró amargamente, le pidió perdón a Dios, renunció a la vida pecadora que llevaba (y que toda la aldea conocía), y se reintegró -convertido, a su ministerio sacerdotal. Después de casi 500 años, aún existen casos parecidos a éste en los cuales determinados sacerdotes viven en pecado con una mujer a la que hacen aparecer como prima o sobrina que les ayuda en los quehaceres de la casa donde viven. “Se necesita ser muy hombre -como decía el padre san Alberto Hurtado Cruchaga, para luchar contra uno mismo y vencer la tentación”. Afortunadamente, la gran mayoría de nuestros sacerdotes son fieles servidores de Cristo y coherentes con lo que dicen en sus homilías.

Me ha llamado la atención y me ha hecho reflexionar esta pequeña parte de la historia de Santa Teresa de Ávila, porque muchas veces basamos nuestra felicidad -como lo hizo en aquel entonces el clérigo concubinario, en algo o en alguien, que jamás nos la va a dar. Estamos poniendo en juego la eternidad, a cambio de un pequeño trozo de vida salpicado de lujuria. Muchas veces conversar por el celular es más importante que hablar con Dios, e ir a un centro comercial es prioritario para nosotros, más que visitar a los enfermos o a los presos que están privados injustamente de su libertad.

En las mesas del café hemos escuchado en repetidas ocasiones a los amigos discutir sobre ¿qué es más importante: la salud o el dinero? Casi todos opinan que es más importante la salud, porque existen enfermedades que ni siquiera con todo el oro del mundo se pueden curar; sin embargo, unos pocos dicen que es mejor el dinero, porque el dinero mueve al mundo, y se pueden obtener muchas cosas con él -incluso buena salud con chequeos médicos periódicos. Independientemente de quién tenga la razón, existe algo que está por encima de ambos y los deja muy abajo en una escala de valores. Me refiero a la paz del espíritu. El que tiene la paz del espíritu lo tiene todo. Puede estar en la mayor de las pobrezas materiales o sufrir las peores enfermedades, y sin embargo conserva en su corazón un tesoro que nadie le puede arrebatar si él no quiere.

Esa paz del espíritu se obtiene al permanecer en Gracia de Dios, al pensar en Dios a cada instante, al ser de Dios y que Dios sea nuestro centro. Se obtiene dejando de ser esclavos de nuestras pasiones, porque cuando pecamos, el Señor se aleja. Teresa de Ávila convirtió el amor que sentía por Jesucristo en una santa pasión. Después de tener una hermosa Visión Celestial, una gran paz inundó su alma y ya no le quedaron ganas de volver a hablar con los seres humanos. Ella dijo: “Ya no quiero conversaciones con hombres, sino con ángeles”. Cada visión le dejaba un intenso deseo de ir al cielo, y en un momento determinado escribió: “Tan alta vida espero que muero porque no muero”.

Un día, vio a un pequeño ángel que venía del trono de Dios, con una espada de oro al rojo vivo como una brasa encendida que clavó esa espada en su corazón (a esto se le llama Transverberación). Desde ese momento sintió en su alma el más grande amor a Dios. (Cuando murió el cuatro de octubre de 1582 y le hicieron la autopsia al cadáver, encontraron en su corazón una cicatriz larga y profunda).

Un día me dijo una persona “que algunos domingos asistía a misa, pero que no le gustaba confesarse con los sacerdotes porque son hombres como nosotros”. La verdad es que a esta persona se le olvida que en el confesionario, es Jesús quien nos perdona en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La confesión limpia nuestra basura espiritual. Después de confesarnos, queda la tendencia a volver a pecar, por eso es importante el arrepentimiento y el propósito de enmienda, acompañados de una intensa oración. Alguien más me comentó “que ya nada se podía hacer en este mundo tan echado a perder, plagado de abortos, asesinatos, secuestros, violencia, adulterio, odio, falta de amor entre las parejas, divorcios, destrucción de la naturaleza, ausencia de temor de Dios, etc.”. Yo le contesté que con mayor razón teníamos qué redoblar nuestro esfuerzo los que nos consideramos católicos comprometidos. Frente a la tibieza, debemos multiplicar nuestro entusiasmo, nuestro ánimo, nuestro valor, nuestra fuerza, porque no somos gente que cree en algo, sino en alguien. Somos hombres y mujeres fieles, enamorados de Dios, que creemos firmemente en la Vida Eterna. Para ir a un viaje, dedicamos varias horas o tal vez días en preparar nuestro equipaje; ¿qué tanto nos preparamos para entrar a la eternidad...? La verdad es que si no fuera por Jesucristo, por la Santísima Virgen -su Madre, y por la vida ejemplar de los Santos, nuestra vida sería mucho peor. La amargura y el desaliento ofuscarían nuestra mente y harían improductivo nuestro paso por este mundo. Amargura ofuscar de ser esclavos de nuestras pasiones. ¡Fortalécenos Señor para no volver a ofenderte! Que no se nos seque el corazón al permanecer de Ti indiferentes. Permítenos dar un paso firme adelante cada vez que solicites un soldado para librar la gran batalla.

jacobozarzar@yahoo.com

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