El año pasado, durante una visita que hice a la ciudad de Buenos Aires, conocí el Cementerio de la Recoleta, lugar emblemático y misterioso que atrae cada año a miles de turistas. Su nombre se debe a que en ese sitio se instalaron en el año de 1715 los monjes Recoletos. En la parte trasera del convento y de la capilla había una huerta fresca y penumbrosa que posteriormente se transformó en un cementerio público y seglar. Poco a poco el Cementerio de la Recoleta comenzó a poblarse de monumentos y bóvedas, costeadas por los vecinos de mayores recursos. En la calle principal de la necrópolis fueron apareciendo bellos mausoleos de mármol blanco con la apariencia de templos pequeños, cubiertos con una cúpula blanca y torrecillas que sobresalen por encima de los muros.
Cada una de las bóvedas de este cementerio encierra una historia llena de paradojas, tensiones y misterios, como la de todas las vidas humanas. Al caminar entre sus pasillos, con la cámara fotográfica en mano, descubrí una tumba que me impresionó bastante por el dolor silencioso de sus deudos. Una tumba que gritaba ¡justicia! y ¡castigo!, por algo que aconteció en el pasado, pero que no sabía qué era. Se trata de una tumba vacía, que exhibe una placa con la siguiente inscripción: “Faltan los restos de Selma Julia Ocampo de quien nada se sabe desde el 11 de agosto de 1976. Sus hijos, hermana y sobrinos”. Después de tomar la fotografía de la placa, no dejé de pensar un solo momento en esa tumba y en todo el sufrimiento que encerraba. Tenía interés en saber más de ella, pero no había tiempo para detenerme e investigar.
Al regresar del viaje -una semana después, escribí un artículo para este periódico que titulé: “El Cementerio de la Recoleta”, y al hacerlo, nunca imaginé la sorpresa con la que me iba a encontrar. El 31 de enero de este año 2008, recibí un correo electrónico de una persona que no conozco y que lo envía desde Berlín, Alemania, el cual textualmente dice así:
“Estimado señor Zarzar: Muy de vez en cuando, una vez por año, me da por navegar en Internet y buscar nueva información publicada sobre Selma Ocampo. Me tocó hoy: Selma era la madre de mi mejor amigo de la infancia y yo la conocía bastante bien. Selma desapareció allá por 1976, una de las primeras en serlo.
Yo, muy pequeño entonces, tardé unos años en darme cuenta de las cosas. En su artículo para El Siglo de Torreón, de julio 2007, habló usted sobre el Cementerio de la Recoleta. En el final del artículo, le llama a usted la atención esa tumba vacía y ese mensaje de sus deudos... lo impresionó. Era la tumba de Selma, una tumba vacía. Sus restos fueron recién identificados en el año 2000, aunque mi amigo ya sabía casi a ciencia cierta, que ella había muerto hacía algunos años. El cadáver de Inés Nocetti, su amiga secuestrada al mismo tiempo el mismo día, fue identificado en 1982. Fueron fusiladas en la más tarde llamada Masacre de Fátima, en Villa Fátima, Pilar, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Todas las víctimas con las manos atadas, muertas de un tiro en la nuca y sus cuerpos dinamitados.
Fue secuestrada en su casa, frente a sus hijos de diez y 12 años, los cuales fueron entregados posteriormente por las fuerzas de seguridad, unos pisos más arriba, a sus abuelos que vivían en el mismo edificio. Sus hijos se fueron a vivir a Brasil, con su padre, que residía allí desde hacía unos años.
Imagínese usted la sorpresa de leer su comentario, hablando sobre esa tumba, para muchos una tumba más... una tumba anónima. Lo que lo impresionó debe haber sido ese dolor oculto, producto de la injusticia, de la impotencia, de la inocencia y del no saber, un dolor oculto en una placa que yo no conozco, pero que en mi próxima visita a Buenos Aires seguramente no dejaré de visitar.
Gracias por haber facilitado, de manera tan fortuita, una forma más de elaborar el luto que reside inconsciente en el alma de un niño. Juan Lucas Young”.
Cuando terminé de leer el correo, un escalofrío recorrió toda mi piel, y tardé varios minutos en recuperarme. De inmediato me puse a investigar lo que sucedió en Argentina en ese año de 1976. Yo quería saber ¿quién era Selma? ¿Por qué la habían matado? ¿Y quiénes fueron sus asesinos?
Ahora me entero, que Selma Inés Ocampo fue detenida en la madrugada del día 11 de agosto de 1976 en su domicilio de la localidad de La Lucila, Provincia de Buenos Aires. Un grupo armado de personas ingresó por la fuerza a su vivienda integrado por personal de las fuerzas armadas que dependían del Ejército. Selma trabajaba en la gerencia de una empresa automotriz de Argentina.
El periódico El Clarín dice que 30 cuerpos fueron dinamitados en una aparente vendetta del régimen militar aquella madrugada del 20 de agosto de 1976, el fuerte estallido de una bomba convulsionó a los pobladores de Fátima, una pequeña población Bonaerense. Fueron treinta personas secuestradas y posteriormente ejecutadas: Diez mujeres y veinte hombres. Aparentemente fueron amontonadas las víctimas sobre un gran cargamento de dinamita. Luego las arrojaron adentro de una fosa común en el cementerio de Derqui. La noche antes de la explosión se advierten movimientos de vehículos y helicópteros del Ejército. La junta militar que llevaba menos de medio año en el poder del gobierno sombrío, justificó esta presencia de aparatos y actores militares en el “vandálico hecho sólo atribuible a la demencia de grupos irracionales que con hechos de esta naturaleza pretenden perturbar la paz interior y la tranquilidad”. La hipótesis que corría era que si uno de los integrantes de las fuerzas armadas era ultimado por los “subversivos”, lo cobraría con treinta personas secuestradas. Cuando se produjo la masacre de Fátima, poco antes había sido asesinado el general Omar Carlos Actis, uno de los organizadores del Mundial del 78.
Los secuestrados “sentenciados” fueron trasladados en un camión, ya sin vida. Fueron apilados en el paraje donde estalló la bomba. Todos presentaban orificios de bala. Tenían las manos atadas y los ojos vendados.
Años después, el trabajo de identificación de las víctimas fue arduo: las fichas dactiloscópicas habían desaparecido. En 1985 se realizó la exhumación. La identificación fue emprendida por el Equipo Argentino de Antropología Forense, y así, comenzaron los estudios que respondían al enjuiciamiento de todos los involucrados en esos terribles asesinatos que acontecieron durante la dictadura militar. La gente del pueblo de esa época afirma que en venganza cayeron 30 jóvenes que nada tuvieron que ver con el crimen del general del ejército Omar Actis. Y añaden que Actis no fue muerto por Montoneros, lo mataron sus mismos compañeros militares en una lucha encarnizada por el poder.
La tumba vacía en el Cementerio de la Recoleta de Buenos Aires, Argentina, continuará pidiendo justicia durante muchos años más. Las argucias de los abogados de los militares que aún se encuentran con vida la retardarán, sin embargo, la justicia de Dios aparecerá con toda seguridad en el momento menos esperado.
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