A través de la historia de la humanidad siempre que hay una crisis de naturaleza espiritual que amenaza al ser humano, Dios en su infinita misericordia ha elevado visionarios para ayudar a que la gente sobreviva a este acontecimiento. Recordando sólo algunos: Francisco de Asís, Catalina de Siena, Juana de Arco, Margarita María Alacoque, Bernardette de Lourdes y Teresa de Lisieux. En el Siglo XX para contrarrestar el ateísmo y el materialismo, Dios envió a la Santísima Virgen María a tres niños de Fátima, y cuando Hitler ascendía al poder, el mismo Jesús se apareció a una campesina Polaca llamada Sor Faustina. Su nombre de nacimiento es Helena Kowalska; nació en una aldea escondida cerca de Lodz, Polonia, el 25 de agosto de l905, siendo la tercera de diez hermanos. Respondiendo a las gracias de Dios, ella ingresó a la comunidad de las hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia en Varsovia, Polonia, a los 20 años de edad. Debido a que no recibió educación, Faustina ordinariamente asistía a los coros del convento, ayudando a cocinar, hornear, cuidar el jardín y servir de portera. En esta situación humilde que vivía, experimentó profundas experiencias místicas, desconocidas incluso para sus más cercanas compañeras. Ella aceptó con docilidad la invitación de Jesús para convertirse en su apóstol y en su secretaria, para anunciar al resto de la humanidad -que vive distraída, el grandioso mensaje de la Misericordia de Dios.
En 1934 obedeciendo a su director espiritual, a sus superiores y al mismo Jesús, la Hermana Faustina comenzó a escribir sus experiencias. Jesús le dijo a su “secretaria”: “Hija mía, la humanidad no tendrá paz mientras no tenga verdadera confianza en Mi Misericordia, sé diligente a escribir cada sentencia Mía, que concierna a Mi Misericordia, porque ellas van dirigidas a un gran número de almas que profetizarán de esto”.
Su mensaje de la Divina Misericordia, representado por la imagen de Jesús, de cuyo corazón fluyen rayos rojos y otros de colores claros, es actualmente bastante conocido a través del mundo. A Sor Faustina se le concedió una visión de lo que significaba ser “alma víctima”. Todo lo que ella tendría que sufrir pasó por sus ojos: Falsas acusaciones, graves enfermedades entre las que se encontraba la tuberculosis, la pérdida del buen nombre y mucho más. Cuando la visión terminó, un sudor frío bañó su frente. Ella estaba consciente de que todo el misterio dependía de ella, con su libre consentimiento al sacrificio, en completo uso de sus facultades.
En un retiro que realizó con sus Hermanas del convento, se dio cuenta por una revelación, que Jesús no dejaría en abandono a ninguna alma que le ame sinceramente, y que lo más importante es unir nuestra voluntad a la voluntad de Dios.
El viernes 13 de septiembre de l935, el Señor le reveló a la Hermana Faustina un poderoso medio para obtener la misericordia de Dios para el mundo. Se trata de “La Corona de la Divina Misericordia” que Jesús le pidió a la Hermana Faustina introducir a la comunidad y al mundo entero. Esta oración sirve para aplacar la ira del Señor e implorar el perdón de nuestros pecados, siempre y cuando tengamos un sincero arrepentimiento y un sólido propósito de enmienda: aborto, adulterio, asesinato, tráfico y venta de drogas, robo, odio, daño grave a la ecología, acumulación de grandes riquezas sin tomar en cuenta la ayuda que debemos dar a los más necesitados, etc. Es útil también en casos extremos de angustia y desesperación cuando sentimos que nada nos da resultado: un hijo o una hija que van por mal camino; una depresión muy fuerte que nulifica nuestra existencia o una ausencia grave del temor a Dios.
A Sor Faustina, en una visión mística, se le mostró el abismo del infierno con sus varios tormentos (todo ello a pesar de que algunos sacerdotes afirman temerariamente, que no existe el infierno). Por pedido de Jesús ella dejó escrita una descripción del averno: “Hoy día fui llevada por un Ángel al abismo del infierno. Es un sitio de gran tormento. ¡Cuán terriblemente grande es! Las torturas que vi son: la privación de Dios, el perpetuo remordimiento de conciencia, el dolor de saber que la condición de uno nunca cambiará, el fuego que penetra en el alma sin destruirla -se trata de un sufrimiento terrible ya que es fuego espiritual prendido por la ira de Dios, una oscuridad continua y un olor sofocante terrible, la compañía constante de satanás, angustia horrible, odio a Dios, palabras indecentes y blasfemias. Lo que he escrito es únicamente un pálido reflejo de lo que vi. Pero noté una cosa, que la mayoría de las almas que estaban allí, eran aquéllas que no creyeron que existía el infierno. Cuando volví en mí, no podía recuperarme del susto. ¡Qué terrible es el sufrimiento de las almas en ese lugar!”.
El 27 de noviembre de l936, cuando la debilidad por la enfermedad de la tuberculosis que padecía la llevó a la cama, Sor Faustina escribió la siguiente visión del cielo: “Hoy día, estuve en el cielo en espíritu, y vi sus bellezas incomparables y la felicidad que nos espera para después de la muerte. Vi cómo todas las criaturas alaban y dan gracias a Dios sin cesar. Vi cuán grande es esta felicidad en Dios, que se extiende a todas las criaturas, haciéndolas felices. Ahora entiendo lo que dijo San Pablo: “Lo que ojo nunca vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado, es lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. (1 Corintios, 2, 9). Y ella añadió: ¡Oh mi Dios, qué pena me dan esas personas que no creen en la vida eterna! Pido mucho por ellas para que el rayo de la misericordia les envuelva también, y que Dios les acoja en el seno del Padre.
En una ocasión, cuando la Hermana le preguntó a Jesús cómo podía Él tolerar tantos pecados y crímenes sin castigarlos, el Señor le replicó: “Tengo la eternidad para hacerlo, por eso ahora estoy prolongando el tiempo de misericordia para el bien de los pecadores. Pero pobre de ellos si no reconocen este tiempo de Mi gracia”. “En el Antiguo Testamento yo envié profetas lanzando rayos a mi gente. Ahora te estoy enviando a ti con Mi Misericordia para todos los seres humanos. Yo no quiero castigar a la humanidad que ya está adolorida por tanto sufrimiento, uso el castigo únicamente cuando ellos me obligan a hacerlo”.
Sor Faustina se ofreció varias veces al Señor como holocausto por los pecadores y sufrió tanto como pudo soportar. La muerte no la asustaba y cada vez que pudo, acompañó a un moribundo para que se arrepintiera de sus pecados y pudiera encontrar finalmente la paz espiritual. En repetidas ocasiones vaticinó que la Segunda Guerra Mundial sería demasiado larga y que mucha gente sufriría, especialmente en su querida Polonia.
El cinco de octubre de 1938, Sor Faustina le susurró a una de sus compañeras del convento: “El Señor me llevará el día de hoy”. A las cuatro de la tarde el padre José Andrasz vino a confesarla por última vez. Ella sufría intensamente. Unas horas más tarde pidió una inyección para aliviar el dolor, pero luego decidió no tomarla para cumplir con la voluntad de Dios hasta el final. A las nueve de la noche, las Hermanas se reunieron alrededor de su lecho, y juntas con el capellán padre Teodoro, oraron por la hermana moribunda. A las 10:45 p.m. Sor Faustina, con sus ojos elevados al cielo, como si estuviera en éxtasis, en silencio, con una expresión de dulzura en su rostro, se dirigió en busca de su recompensa.
El funeral tuvo lugar el siete de octubre de 1938. Para evitarle a la familia -que era bastante pobre, los gastos del viaje, Sor Faustina pidió que ellos no fueran informados de su grave enfermedad y de su muerte. La herencia que nos deja Santa Faustina es de suma importancia, porque gracias a ella podemos comprender que quien desee alcanzar la misericordia en el cielo, deberá practicarla primero en este mundo, porque hay en el cielo una misericordia a la cual se llega a través de la misericordia terrena.
En el año 1963, el Cardenal Ottaviani demostró gran interés en promover la misión de Sor Faustina. Él le pidió al entonces arzobispo Karol Wojtyla, promotor de la causa de la beatificación de Sor Faustina, “actuar con rapidez antes de que todos los testigos mueran”; (eso mismo debería hacer en la actualidad nuestra santa madre Iglesia -que algunas veces da la impresión de no escuchar el clamor de su pueblo, iniciando cuanto antes la causa de nuestro querido Padre Manuelito-apóstol de los presos y refugio misericordioso de los enfermos, que vivió entre nosotros haciendo únicamente el bien). Por eso, veintisiete años después de la muerte de Sor Faustina, se dio comienzo al proceso de información en relación a la vida y virtudes de Sor Faustina, quien desde ese momento fue llamada “Sierva de Dios”. Años más tarde, el Papa Juan Pablo II la eleva a los altares, impulsándose de esa manera la devoción a la Divina Misericordia.
Meditar en la Misericordia del Señor nos ha de dar una gran confianza ahora y en la hora de nuestra muerte, porque “de la Misericordia del Señor está llena la tierra”. Qué alegría poderle decir al Señor, con San Agustín: “¡Toda mi esperanza estriba sólo en tu gran Misericordia, sólo en eso, Señor!”.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, para imprimir en el alma de los fieles estos preceptos y enseñanzas de la fe cristiana, ha querido que el siguiente domingo después de Pascua se dedique a recordar con especial devoción estos dones de la gracia, atribuyendo a esa fecha la denominación de “Domingo de la Misericordia Divina”.
Recordemos en todo momento y antes de que sea demasiado tarde, que Dios ha prometido una gracia especial a quienes proclamen Su gran Misericordia: “Los protegeré Yo mismo a la hora de la muerte, como Mi gloria propia. Y a pesar de que los pecados de estas almas sean tan negros como la noche, cuando el pecador regresa a Mi gran Misericordia, él me da la mayor alabanza y gloria a Mi Pasión, porque cuando un alma alaba Mi bondad, satanás tiembla ante ella y escapa al abismo del infierno”.
Una gran importancia reviste actualmente la profecía que en mayo de 1938, Sor Faustina escribió en su diario: “Cuando estuve rezando por Polonia, escuché estas palabras: Yo llevo un amor especial por Polonia, y si ella es obediente a Mi Voluntad, Yo la exaltaré en poder y santidad. De ella saldrá la chispa que preparará al mundo para Mi venida final”.
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