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Más Allá de las Palabras / LOS FAVORES DIVINOS

Jacobo Zarzar Gidi

Hagamos hoy mismo un recuento de los favores recibidos, por pequeños que éstos sean. Al sumarlos, nos daremos cuenta de inmediato lo mucho que debemos agradecer a Dios Nuestro Señor su bondad y generosidad. Observaremos que Él jamás nos deja de su mano, que no nos abandona, y que si algo malo nos sucede, es para que posteriormente surjan cosas buenas -sobre todo espirituales. El sencillo hábito de sumar los bienes que el Señor nos envía, constituye en sí mismo un factor importante en la vida humana. Al ir caminando por el sendero de la vida, no nos acostumbremos a restar, sino a sumar. Sumemos los dones recibidos, las oportunidades que se nos presentan a diario y las posibilidades que tenemos para escalar a un nivel superior. Si así lo hacemos, nos sentiremos tranquilos, satisfechos y optimistas.

Demos gracias a Dios por nuestro cónyuge, por los hijos que tenemos, y por los nietos que fueron llegando en el momento oportuno cuando nuestras fuerzas comenzaban a declinar y estuvimos a punto de perder la esperanza. Demos gracias por el techo que nos cobija, por el cariño de nuestros familiares y amigos, por los alimentos que recibimos y por el trabajo que no hemos perdido. La contabilización de los dones recibidos, induce a la paz, a la reflexión interior y sobre todo a la calma.

Demos gracias por los bonitos recuerdos que tenemos de nuestra niñez, cuando nuestros padres vivían, cuando nos abrazaban con ternura, y las tantas veces que nos dijeron todo lo que nos querían. Mucha gente se pasa las noches recordando lo que alguien dijo o lo que hizo, que les molestó hasta lo más profundo de su corazón. Se atormentan analizando una y otra vez, que tal o cual cosa podían haberla hecho antes, o que debían haberla realizado de otro modo. Como resultado, la mente así agitada alberga sólo pensamientos negativos y desagradables. Rechacemos todo aquello que nos molesta porque el pasado ya no nos pertenece y no se puede corregir, sin embargo el presente y el futuro puede ser diferente, puede llenarnos de paz. El arte de olvidar las cosas tristes, es una más de las bendiciones que Dios nos otorga para llegar a ser felices.

Cuando ya no tenemos en este mundo a nuestra madre, podemos seguir siendo arrullados por los amorosos brazos de Dios: “Como cuando a uno le consuela su madre, así yo os consolaré a vosotros” (Isaías 66:13). Estas palabras han servido de consuelo para mucha gente que padece de una terrible soledad a pesar de estar rodeados por infinidad de personas. La fe calma las tormentas, las intranquilidades y todos nuestros temores. El Señor sustituye los brazos de una madre por los suyos. De esa manera nos damos cuenta que los brazos eternos del Altísimo nos acunan para darnos protección, amor y consuelo.

La gente positiva disfruta de todos y cada uno de los minutos de su vida. Cada amanecer trae una nueva emoción; cada puesta de sol, un nuevo encanto. Dejemos que los brazos eternos nos arrullen, sin reservas, sin temores, con entera confianza. Él nos cuidará en nuestra vida terrena y también en la eterna. Jamás debemos de avergonzarnos de ser como niños en nuestra relación con Dios.

Muchas mentes humanas son escenario de grandes batallas nocturnas. Por las noches acuden a nuestra mente una serie de pensamientos negativos que alteran nuestro sueño, nos hacen presionar las quijadas y no descansamos como deberíamos. Nuestra mente se siente atacada por vagos temores y extrañas aprensiones. Una oración de agradecimiento a Dios antes de dormir, transformará nuestras pesadillas en sueños tranquilos. Mientras más elevemos nuestro espíritu, más fuerte será la sensación de que nada ni nadie en el mundo podrán hacernos daño. Jesucristo es el único que puede sanar por completo las enfermedades del cuerpo y del alma, proporcionando un equilibrio entre lo terreno y lo divino. La depresión del espíritu tiene a menudo su origen en la sensación de impotencia para resolver los conflictos que a uno se le plantean. Hagámosle frente a la vida, con valor y entusiasmo, porque sostener la batalla de la vida es un arte que debemos aprender. La vida es hermosa y es una bendición de Dios el tenerla.

Muchas veces nos sentimos disgustados por ser de tal o cual modo, pero no hacemos lo posible por cambiar. La desmoralización y la depresión tienen a menudo su origen en un temor muy grande al futuro. Algunas veces no vemos claro lo que hemos alcanzado en todos estos años que han transcurrido y sentimos que nos resta poco tiempo de vida para conseguirlo. La ansiedad por el porvenir y la desconfianza que nos produce la endeble situación económica del país, crean un sentimiento de inseguridad, el cual, cuando se convierte en habitual, provoca la depresión del espíritu. Por el contrario, cuando uno se siente seguro, cuando se está convencido de que todo irá bien porque Jesucristo camina a nuestro lado, el ánimo se eleva, y el optimismo se adueña del espíritu permitiéndonos vivir un mayor número de años. Dios posee infinitas riquezas, más de las que entre todos podamos necesitar. Lo importante es vivir de acuerdo con Sus principios y estar convencidos de que todo aquél que cree en Él, vivirá para siempre.

La vida vale la pena de ser vivida. Pero no vivida a medias, ni a fuerzas, mucho menos de mal humor o a disgusto. Cada vez que observamos a una criatura indefensa de tan sólo unas cuantas horas de vida, nos damos cuenta las ganas que tiene de vivir a pesar de sus limitaciones y de su tamaño. No es posible que al crecer, nosotros reneguemos de la vida por tener rencores, temores e inseguridades en el cerebro. Y si vemos a ese pequeño sonreír, nos habrá dado una gran lección que jamás podremos olvidar.

Hagamos pues un recuento de las bendiciones recibidas. El día de mañana surgirá un nuevo amanecer que fortalecerá nuestro entusiasmo y nos dará motivos suficientes para dar gracias a Dios. Con toda seguridad volverán a llegar pájaros a cantar en mi ventana y escucharé a mis nietos decir que me quieren. Me dirán “abuelo”, y con eso, habrán llenado de dicha mi alma, y me darán fortaleza para seguir adelante. Jugaré con ellos, les contaré tantas historias antes de que se me termine el tiempo, nos reiremos juntos y haremos planes para el futuro.

Mientras sigan apareciendo gotas de rocío por la mañana y penetre la luz del sol en mi recámara, tenemos importantes razones para conservar la esperanza. Mientras la sangre siga corriendo por mis venas y los árboles tengan una savia que los enriquezca, tenemos motivos suficientes para conservar la esperanza. Mientras un caldo caliente se encuentre humeando sobre mi mesa y las plantas de mi jardín sigan dando flores, debemos perseguir y retener la esperanza. Si comprendiéramos que el Reino de Dios se encuentra en cada uno de nosotros. Si supiéramos que tenemos una misión sagrada por desempeñar en nuestro efímero paso por la Tierra. Si nos diéramos cuenta que fuimos escogidos por Dios desde el principio de los tiempos para ser sus hijos. Si analizáramos que el amor del Señor es infinito y que una parte de ese amor nos corresponde a nosotros, sería tanta nuestra dicha, que con toda seguridad no nos cabría en el alma.

Oremos, no por costumbre, sino por amor al Padre Celestial porque todo le debemos. Oremos como lo hiciera un niño con su padre, platicando con Él, pidiéndole favores, reclamándole (aunque seamos injustos), reconociéndole todo lo recibido. Démosle gracias por los momentos espirituales que tenemos en los cuales la certeza de una vida futura se engrandece.

Te damos gracias Señor por la luz que llevamos dentro, por ese espíritu de que nos has dotado. Te damos gracias porque nos permites tener la oportunidad de salvar nuestra alma para llegar a Ti cuando ya no pertenezcamos a este mundo...

jacobozarzar@yahoo.com

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