El 1 de febrero de 1965, las Misioneras de la Caridad recibieron el tan esperado reconocimiento pontificio (el Decretum Laudis), por el cual la congregación pasaba a depender directamente de la autoridad del Papa, en lugar del obispo diocesano. Éste fue un paso decisivo en la vida de la joven Congregación. Esta señal del favor de Dios movió a la Madre Teresa a pensar en San Juan Bautista. Sus palabras “Es preciso que Él crezca y que yo disminuya” -constituían tanto su inspiración como su aspiración. Quería que toda la atención se centrara en Jesús y no en Su instrumento. Así expresó su alegría sobre el reconocimiento pontificio que se les otorgó. La dureza de su vida, su trabajo con los pobres y enfermos, su desgaste físico y mental, exigía mucha fuerza y dedicación, y no todos perseveraban. En abril de 1965, cuando dos hermanas dejaron la congregación, ella dijo: “Nunca he sentido un dolor como éste, pero ha sido una gran lección para todas nosotras. Recen por ellas”.
El 11 de diciembre de 1979, la Madre Teresa de Calcuta recibió el Premio Nóbel de la Paz. Sus pobres fueron el tema del discurso que dirigió a una atenta audiencia durante la entrega del Premio, desafiando a cada uno de los presentes a que buscase a los que viven la angustiosa pobreza del rechazo, de la falta de amor y de cuidado, por parte de sus seres cercanos. Les recomendó que empezaran por su propia casa, amando y cuidando a cada uno, y de esa manera todos podrían llegar a ser “Misioneros de la Caridad”. “A través del amor y del servicio humilde, podrán descubrir el rostro de Jesús bajo el angustioso disfraz de los necesitados”. “Jesús se convierte en el hambriento, el desnudo, el sin hogar, el enfermo, el prisionero, el solitario, el despreciado, y dice: A Mí Me lo hicisteis. Está hambriento de nuestro amor, y ésta es el hambre de nuestros pobres. Ésta es el hambre que ustedes y yo debemos encontrar.
Quizá en nuestro propio hogar, tal vez en nuestra propia familia tenemos a alguien que se siente solo, enfermo, preocupado, y podemos ser nosotros el instrumento que Dios utilice para sanarlos”.
La madre Teresa se preocupó siempre por los niños que sus madres abortaban. Ella dijo: “Hoy día, el más grande destructor de la paz espiritual es el aborto, porque es una guerra sucia y directa. Ese niño no nacido ha sido grabado en la mano de Dios desde su concepción, y está llamado por el Señor para amar y ser amado, no sólo ahora en esta vida, sino para siempre. Dios nunca nos puede olvidar. Mucha gente está muy preocupada por los niños de la India y del África donde miles mueren de hambre, pero millones están siendo asesinados por la voluntad deliberada de la madre”. La religiosa afirmó que el niño no nacido es el más pobre entre los pobres hoy en día, el menos amado, el más despreciado, el desecho de nuestra sociedad, y por eso luchó para defender el precioso don de la vida y éste se convirtió en un tema recurrente en sus discursos.
Un día, la Madre Teresa, en compañía de sus hermanas las Misioneras de la Caridad, recogieron a un hombre de las alcantarillas, medio devorado por los gusanos, y le llevaron a casa. Él dijo: “He vivido como un animal en la calle, pero voy a morir como un ángel, querido y cuidado”. Fue maravilloso ver la grandeza de ese hombre capaz de hablar así, de morir así, sin culpar a nadie, sin maldecir a persona alguna, sin hacer comparaciones. Ella siempre nos pidió oraciones para que hubiera más amor y más celo al servicio de los pobres. “Sigan rezando -insistió, para que no estropeemos la obra de Dios”.
La Madre Teresa nos recomendó: díganle a Jesús: “Yo seré quien sacie Su Sed. Yo Le consolaré, Le alentaré y Le amaré”. “Sea usted ese alguien. Traten de ser quien puede confortarle y consolarle”. Ella sabía que lo que hiciéramos por nuestros hermanos lo estábamos haciendo por Jesús. A este respecto, mencionaré que cierto día, un hombre se topó con la Madre Teresa en la calle y después de reconocerla le dijo: “por favor, envíe a alguien a mi casa. Mi mujer está trastornada de la mente y yo estoy casi ciego. Deseamos intensamente escuchar el sonido cariñoso de una voz humana”. “Era gente acomodada. Tenían de todo en su casa. Sin embargo, estaban muriendo de soledad, ansiaban escuchar una voz dulce y comprensiva. ¿Cómo podemos saber que no hay alguien así viviendo en la casa de al lado? ¿Sabemos quiénes son, dónde están? Busquémosles, y cuando les encontremos, amémosles. Al amarles, les estaremos sirviendo”.
Nada podía impedirle que esparciera la luz del amor de Dios en los lugares con más problemas del mundo. En agosto de 1982, se aventuró a ir a un Líbano desgarrado por la guerra. Llevó un gran cirio Pascual con la imagen de Nuestra Señora con el Niño. El jueves, el bombardeo fue intenso. Encendió el cirio hacia las cuatro de la tarde. Una hora después, todo cesó de repente y se hizo un silencio estremecedor que las hermanas aprovecharon junto a su fundadora para cruzar las líneas de fuego donde minutos antes hubo intensos disparos. De esa manera pudieron sacar a 38 niños enfermos de origen palestino y libanés.
Muchos honores fueron recayendo sobre la Madre Teresa, pero el más alto y el más querido para ella fue la visita del Papa Juan Pablo II al Hogar para los Moribundos que ella fundó en Calcuta el tres de febrero de 1986. De ese lugar, el Santo Padre dijo: “El Hogar para los Moribundos es un lugar de sufrimiento, una casa familiarizada con la angustia y el dolor, un hogar para los indigentes y moribundos. Pero, al mismo tiempo es un lugar de esperanza, una casa construida con valor y fortaleza, un sitio donde reina el amor y donde el misterio del sufrimiento humano se encuentra con el misterio de la fe”.
Madre Teresa suplicó varias veces a los mandatarios de los países que estaban en guerra (Estados Unidos e Irak) por los inocentes, por los pobres que iban a ser más pobres, por aquéllos que estaban perdiéndolo todo, por los huérfanos, las viudas, los heridos, los desfigurados y los lisiados, por los que no pudieron escapar de las bombas, por los que la desesperación hizo que perdieran hasta el último rayo de esperanza. Les dijo: “Ustedes tienen el poder de llevar la guerra al mundo o de construir la paz. Por favor escojan el camino de la paz”. A pesar de todo, sus palabras no fueron escuchadas.
En su mensaje para la Cuaresma de 1993, el Papa Juan Pablo II insistía en la importancia de escuchar la voz de Jesús que cansado y sediento, le dice a la mujer Samaritana en el Pozo de Jacob: “Dame de beber (Juan 4, 7). Mirad a Jesús clavado en la Cruz, muriendo, y escuchad su débil voz: Tengo sed (Juan 19, 28). Hoy, Cristo reitera su petición y revive los tormentos de Su Pasión en los más pobres de nuestros hermanos y hermanas”. Esas palabras impresionaron mucho a Madre Teresa, la cual expresó: Su carta hizo que me diera cuenta más que nunca de la belleza de nuestra vocación. ¡Qué grande el amor de Dios por nosotros al elegir a nuestra Congregación para saciar esa sed de Jesús, sed de amor y de almas, dándonos nuestro lugar especial en la Iglesia!
Madre Teresa era capaz de levantar a los que habían caído, de animar a los desfallecidos y de reavivar la esperanza de los desanimados. Nos enseñó que podemos alcanzar la santidad a través de medios sencillos, empezando por amar a los no amados, a los despreciados y a los que han vivido completamente solos. La luz que ella encendió en la vida de miles de personas sigue ardiendo todavía.
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