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Más Allá de las Palabras / ROMERO

Jacobo Zarzar Gidi

Hace varios años, conocí a un hombre de negocios muy próspero que llegó de la hermana República de El Salvador. Al darme cuenta de dónde nos visitaba, de inmediato le pregunté por el Arzobispo Óscar Arnulfo Romero, mártir de El Salvador, para que me relatara de primera mano los motivos verdaderos que tuvieron para asesinarlo. Antes de responder a mi interrogatorio, pude observar en su rostro una mueca desagradable, con la cual me estaba diciendo con toda claridad que Monseñor Romero no era “santo de su devoción”. Durante varios minutos escuché del comerciante su punto de vista y me di cuenta que la gran mayoría de las familias adineradas de El Salvador, no estuvieron ni están de acuerdo con la manera de pensar de Monseñor. Posteriormente estuve reflexionando en lo acontecido y llegué a la terrible conclusión de que lo descrito anteriormente, no es exclusivo de esa nación centroamericana, sino de todo el mundo. En efecto, muchos hombres y mujeres que tienen abundantes bienes materiales, discriminan y no aceptan, a los que nada tienen. El mundo es una sociedad de castas que no perdona y que toma en cuenta lo poco o lo mucho que cada quien posee, para establecer un juicio cruel de su persona. Existe una animadversión mutua imposible de borrar. Se trata de una verdad dolorosa que surgió desde el principio de la humanidad y que se ha conservado hasta nuestros días: al rico no le agrada el pobre, y al pobre le disgusta el rico. Pero, ¿por qué sucede esto que va en contra del segundo mandamiento de la ley de Dios? ¿Por qué aparentamos una cosa delante de la gente, y un juicio distinto llevamos en la mente?

El visitante que llegó por unos días de El Salvador, me dijo, que Monseñor Romero -en sus homilías, “incitaba a los pobres contra los ricos, y que ése era el motivo por el cual la gente de dinero no lo podía ver”. La verdad es que denunció con valor las injusticias económicas que se estaban cometiendo contra los desamparados en los terribles años de la guerra civil que dejó miles de muertos por las masacres del ejército contra los campesinos en el más pequeño de los países centroamericanos. Dio a conocer con firmeza la situación inhumana de pobreza en que vivían millones de latinoamericanos expresada en salarios de hambre, desempleo, desnutrición y mortandad infantil, falta de viviendas adecuadas, problemas de salud e inestabilidad laboral. Levantó la voz públicamente al describir “los rostros de los pobres entre los que se localizan campesinos sin tierra y sin trabajo estable, sin agua ni corriente eléctrica en sus humildes viviendas, sin asistencia médica cuando las madres dan a luz y sin escuelas cuando los niños empiezan a crecer”. “Reveló que se ha encontrado por doquier con familiares de desaparecidos y presos políticos, con habitantes que viven en tugurios, cuya miseria supera lo peor que nos podamos imaginar”. Monseñor Romero manifestó “que la iglesia de El Salvador ha sido perseguida en los tres últimos años. Pero lo más importante es observar por qué ha sido perseguida. No se ha perseguido a cualquier sacerdote, ni atacado a cualquier institución. Se ha perseguido y atacado aquella parte de la iglesia que se ha puesto de lado del pueblo pobre y ha salido en su defensa. La persecución ha sido ocasionada por la defensa de los pobres y no hemos hecho otra cosa que cargar con el destino de los desamparados”.

Óscar Romero nació en Ciudad Barrios, El Salvador, en 1917, estudió teología en la Universidad Gregoriana de Roma, donde en 1942 fue ordenado sacerdote. En 1943 inició su actividad pastoral, primero como párroco, después como director del seminario interdiocesano de San Salvador. Nombrado Obispo en 1967, en 1970 se convierte en Obispo auxiliar del Arzobispo de San Salvador, y el 22 de febrero de 1977 asume el cargo de Arzobispo de la Arquidiócesis. En 1980 le fue otorgado el Doctorado “Honoris Causa” en la Universidad de Lovaina en Bélgica. Posteriormente hizo un dramático llamado al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica mediante una carta en la cual le pedía “severamente” suspender las ayudas militares hacia su país, las cuales se transformaban en una sangrienta represión contra su pueblo.

En la celebración Eucarística del “Domingo de Ramos” de 1980, en la catedral, Monseñor Romero pronunció la llamada “Homilía de fuego” en la que hizo un llamado a los soldados a rehusarse a obedecer una orden que les impusiese asesinar a sus hermanos campesinos indefensos. Por la importancia que tiene, transcribo textualmente dicha homilía: “Yo quisiera hacer un llamado de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía y de los cuarteles. Los campesinos son sus hermanos, son gente de nuestro mismo pueblo y ustedes los están asesinando. Ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice ‘no matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que hagan caso a su conciencia, y dejen de cometer ese terrible pecado. La iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la dignidad humana y de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cesen la represión”. Al día siguiente, cuando el reloj marcaba las 18:30 horas, en plena catedral, y después de elevar con sus dos manos la Hostia Sagrada, Monseñor Óscar Arnulfo Romero caía asesinado por un francotirador. Hasta el día de hoy, tanto el ejecutor como los actores intelectuales, permanecen impunes.

Todo esto nos lleva a realizar algunas reflexiones: ¿Es bueno o malo poseer riquezas? En el evangelio se nos dice: “Dichosos los pobres, porque de ustedes es el Reino de los Cielos”. También sabemos que Jesucristo decidió ser pobre y nos invita a no apegarnos a las cosas materiales. Tomando en cuenta todo ello, ¿debemos convertirnos en pobres para imitar a nuestro amado Maestro? Si todos nos hacemos pobres, ¿quién le dará trabajo a los que no lo tienen, quién pagará impuestos en cantidades suficientes para sostener las obras y las actividades sociales programadas por el gobierno, quién hará inversiones para seguir compitiendo en este mundo globalizado? ¿Acaso tiene algo de qué arrepentirse aquél que ha trabajado honradamente, y gracias a ello vive bien? Por supuesto que no. La verdad es que algunas personas han tenido la suerte de obtener buenos rendimientos de su trabajo, tal vez por su inteligencia, su preparación, su audacia, o porque han sido relevo de sus padres de los cuales recibieron abundantes bienes materiales. En cambio otros, a pesar de su esfuerzo y desgaste, lo que ganan únicamente les alcanza para medio vivir. Es por eso importante que los que puedan, continúen creando fuentes de trabajo y que las sostengan a pesar de la difícil situación en que vivimos. De esa manera, un mayor número de seres humanos tendrán ingresos dignos que les permitirá seguir adelante, formarán una familia estable, y no perderán la esperanza.

jacobozarzar@yahoo.com

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