(Primera parte)
“Para comenzar, lo que quiero es proyectar la misericordia que tiene Jesucristo para los grandes pecadores. Habrá usted oído que ya cumplí 31 años de prisionero voluntario en las Islas Marías, sin sueldo alguno y sujeto a las leyes de la cárcel; pero yo lo que quiero es dar a conocer cómo se porta Cristo allá en la prisión. Muchos saben bien que esta prisión era de lo más terrible. Yo recuerdo haber visto a los cautivos llegar amarrados después de muchas horas de barco. No podían ni moverse, con el cuello ensangrentado por la soga con la que estaban amarrados. Fue en esos momentos cuando encontrándome dentro de los límites de la prisión, oí cantar el “Alabaré, Alabaré a mi Señor”. Recuerdo cómo uno de mis muchachos se convirtió nada más con ese canto. Digo el nombre de él para gloria de Dios -era Pablo, un blasfemo de veras, hablaba contra la Virgen María, daban ganas de romperle la boca a aquel bruto, insultaba a la Virgen, pero miren, se gozaba, la trataba como a una mujer cualquiera de la calle, muchos no lo querían por ser blasfemo, y yo le decía: “oye Pablo ¿por qué no vas a la iglesia?”. “No, ésas son fregaderas, a mí tráiganme una dosis de marihuana, tráiganme dinero; esas cosas que usted dice ¿para qué sirven?”. ¡Era en verdad un blasfemo! En una ocasión iba yo a visitar un campamento llamado “aserradero” que se encuentra como a 14 Km. de donde yo vivía, y entonces vi en una playa llamada “Chapingo” como a 40 o más hombres. Serían como las diez de la mañana, bajé con mi pistolero que siempre me acompaña y dije: “buenas, muchachos”. “Buen día tatita”. Así me decían algunos, y otros me dicen Trampitas. “¿Qué están haciendo, ya terminaron su melga?” (Melga es la tarea que tienen que hacer). “Sí”.
“Entonces, vámonos cantando”. “No padrecito, ¿cómo cree que vamos a cantar, si usted bien sabe que nos está llevando la fregada?”. “Sí hombre, cómo no, nada más acuérdense de cómo le cantaron a la Virgen de Guadalupe el día de su santo aquel versito del dolor. ¿Quién lo repite y me dice yo lo sé? Haber, repítelo tú”. Recuerda que dice: “si buscas en este mundo quien te cante en el dolor, en estas Islas Marías encontrarás ese amor,” vámonos, vamos cantando. “Pero Padre, bueno, ¿qué le preguntamos a usted?, usted es un prisionero como nosotros, ¿verdad?”. “Exactamente, gracias a Dios”. “A usted ¿le dan de comer lo mismo que nos dan a nosotros?”. “Exactamente, ése es mi pago”. “Bueno, ¿desde cuándo no le dan carne?”. “Desde hace más de dos meses”. “¿Y quiere que así cantemos?”. “Sí, sí quiero”. “Vamos, vamos cantando”. “Bueno, ¿y qué cantamos?”. “Lo que oyen ustedes todas las mañanas”. “¿Cómo los despierto?”. “Con el “Alabaré, Alabaré a mi Señor”. “Ya todos saben ese canto, porque miren, antes, cuando yo llegué, nos despertaban a las 6:30 de la mañana con unas cornetas, y nos gritaban: “Arriba, se acabó la buena vida, hijos de tal por cual”. Así empezábamos el día, maldiciendo. Ahora no, ahora a la cinco de la mañana -bueno, yo me levanto a las cuatro, me baño y a las cinco ya estoy frente a mi aparato de sonido que es poderosísimo; se oye a 2 Km. de distancia, muy poderoso, gracias a, bueno a limosnas que me han dado, y luego los hago que oigan el reloj de Greenwich, que ahí son las doce del día, y acá en las Islas Marías son las cuatro, y entonces digo: “Muy buenos días muchachos, tomemos en cuenta que éste es un día más en la vida, es un día más, cerca de Cristo, levantemos nuestro corazón para ofrecer todo lo que vayamos a hacer en este día”. Repitamos en voz alta: “Sagrado Corazón de Jesús, yo te ofrezco por medio del Corazón Inmaculado de María todas las obras que realice el día de hoy, todos mis temores, mis penas, tristezas, castigos, angustias y humillaciones. Te ofrezco cada momento que pase de mi existencia, y que cada palpitar de mi corazón sea un acto de amor hacia ti Señor. A cambio te pido: bendiciones para mis seres queridos, para mí, para mis hermanos, para mis amigos, etc.”. “Ahora sí, vamos a cantar el “Alabaré”. Y todos comienzan a cantar. Yo se los pongo en un cassette en el cual se encuentran los cuatro cantos que terminan con el “Alabaré”. “¿De manera que todos saben el Alabaré, verdad? “Sí, todo los sabemos”. “Bueno, y ahí estaba Pablo, entonces mi pistolero les dice: “bueno muchachos abran el gaznate, los que no canten serán hijos de &@*%#*. ¿Me oyes Pablo?; ¿vas a cantar en voz alta?, “claro, yo no quiero ser hijo de esa.
señora...” Y comenzaron a cantar... Pero miren ¿cómo estaría yo?, me sentí en la gloria, créanme, se me figuraba una columna de incienso bendito que subía a los cielos. Más de 40 hombres cantando a la orilla de la playa el “Alabaré a mi Señor”. Oiga, eso es una cosa imponente, y yo le dije a Nuestro Señor con lágrimas en los ojos: “Señor, haz un milagro para que crean en Ti mis muchachos, haz un milagro, que se vea Tu poder de cualquier forma, que se vea que Tú escuchas el canto de tus hijos prisioneros; a mí, cóbrame lo que quieras señor, pero haz un milagro, te ofrezco las oraciones de muchas almas de vida religiosa que hacen oración por mis presos”. Pues mire, acabamos de cantar los cuatro cantos, y ahí estaba Pablo, yo le dije: ¿qué te pasa Pablo, te duele algo?, me dirige una mirada desconcertante, y baja los ojos. Entonces le comenté a los muchachos: miren cómo está Pablo. Y le dijeron: ¿qué te pasa manito, qué te duele? Nos miraba y bajaba la vista. Me acerqué y volteó la espalda; le dije: Pablo ¿te duele algo?, entonces irrumpió en llanto: “Sí, Padre, me duele el alma, yo nunca había alabado a Dios hasta este momento, yo quiero ser bueno”. Pero mire usted, Pablo estaba llorando un mar de lágrimas; me conmuevo, porque el recordar es vivir, no cabe duda. “Pero, quiero ser bueno” -decía, (y se vuelve a los demás que estaban ahí). “Muchachos, perdonen el mal ejemplo que les he dado durante 12 años que tengo aquí con ustedes, quiero ser bueno Padre”. “Sí, ya verás Pablo, vas a ser un hijo predilecto de la Virgen María”. “Jamás volveré a insultar a la Madre de Dios”. (¡Fue algo en verdad hermosísimo!) “Pues mira hermano -le dije, puedes confesarte para llevar una vida decorosa”. “En caliente, Padre, en caliente, vámonos”. Nos fuimos allá debajo de un cedro, y le dije: “siéntate Pablo”, y me respondió: “no Padre, yo de rodillas y usted de pie”. ¡Cómo estaría yo de feliz al ver aquella cara, que muchas veces me dieron ganas de golpearla por blasfema, hecha un mar de lágrimas, confesando sus pecados! Mire, Nuestro Señor les da en esos casos una luz sobrenatural, si vieran ustedes con qué integridad hacen su confesión, casi sin preguntarme... como si se hubiesen preparado por mucho tiempo, y allí tiene usted a Pablo, comulgando, muy devoto. Allí se ve el amor Divino, la influencia del Espíritu Santo. Se acabó el otro, el asesino, el rencoroso, el golpeador, el que para todo maldecía; ahora éste es un hombre bueno, humilde, transparente, que el Señor ha transformado gracias a su gran misericordia”. CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO.
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