¡¡Es que no puedo, Gaby!! Me lo dice con tanta honestidad, Diego de siete años, cuando lo obligo, frente al hermanito de cinco, a que le pida perdón por haberle pegado, que me vi reflejada en un sin número de ocasiones. ¿Me perdonas? Estas palabritas, a cualquier edad, salen con dificultad. El ego... el ego, nos impide darnos cuenta de lo bien que nos podemos sentir después, (y el otro también).
Todos hacemos cosas que lastiman o molestan a otros. Y si nos falta el valor para decir un “Perdón, la regué” las pequeñas ofensas con el tiempo, acumulan tal peso que hunden cualquier relación. Y entre más te tardas, ¡más difícil es que decirlo! Ahora, que hay que saber hacerlo bien; porque un “discúlpame” a tiempo, puede reestablecer la buena voluntad aún cuando el pecado haya sido grave. En cambio, una disculpa mal pedida, puede hacer más daño que la ofensa original.
¿Cuándo ofrecer una disculpa?
Ojo, cuando sentimos culpa, el ego siempre se las arreglará para protegernos y te dirá cosas tipo: Mejor espérate a que se calmen las cosas; échale la culpa a otros; dile una pequeña mentira o justifica tus acciones. Y el impulso a obedecerlo es ¡enorme! Y sabes ¿cuándo es adecuado decir “perdón”? Exactamente en el momento en que te das cuenta de que hiciste algo malo y el “perdón” se te atora.
¿Cómo hacerlo?
Decir “la regué” nunca ha sido cómodo ni fácil. El Dr. Aaron Lazare, psiquiatra de University of Massachusetts Medical School, ha pasado años estudiando los actos de contrición en todos los contextos, de interpersonal a internacional. Él ha encontrado que para que una disculpa sea efectiva, necesita tener los siguientes cuatro elementos: (1) completo reconocimiento de la ofensa, (2) una explicación, (3) expresiones genuinas de arrepentimiento, y (4) reparación del daño.
1. Reconoce la ofensa. El no reconocer la ofensa, es el error más común que cometemos. Si ya te llegó el momento de tragar gordo, más vale que lo hagas bien.
Comienza por describir lo que hiciste mal, sin saltarte la peor de las verdades. Acepta tu responsabilidad. Aún cuando al hacerlo no ayude a enderezar las cosas, pero evitará que se pongan peor.
2. Explica tus acciones. Ya que confesaste tus errores, ahora dí por qué lo hiciste. Una explicación honesta es lo mejor que puedes hacer. En esta etapa cuida no cruzar la línea entre explicación y hacerte la víctima. Grábate esto: Explicación bien; excusas mal.
3. Muestra arrepentimiento. “Si la víctima no percibe que el otro está arrepentido”, dice Lazare, “la disculpa carecerá de valor”. Cualquiera que haya escuchado: “Qué pena que te hayas sentido así” sabe la diferencia entre un arrepentimiento sincero y cuando el otro intenta evadir su responsabilidad. Eso termina por provocar más coraje en el ofendido.
Disculpa efectiva: “Perdóname porque te ofendí”.
Disculpa no efectiva: “Perdón porque sentiste que te ofendí”. (¿¡!?)
4. Repara el daño. “Está bien, ya te pedí perdón. ¿Qué más quieres que haga?” esto suele decirlo quien ya quiere que el ofendido se olvide y pase a otra cosa, como si se tratara de un apagador de luz. Una disculpa, no sólo requiere de palabras, sino de pagar la cuenta del rayón que le hiciste al coche del vecino.
A veces, no hay nada tangible que reparar. ¿Cómo le haces con el corazón o con una relación? Repara su dignidad. Escúchalo, hazlo sentir que lo valoras, que entiendes su punto de vista. Eso tiene un gran poder sanador.
Una disculpa efectiva, dice Lazare, es “un acto de honestidad, un acto de humildad, una acto de compromiso, un acto de generosidad, y un acto de coraje”.