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Mente distinta

Addenda

Germán Froto y Madariaga

Uno podría creer que el político piensa de la misma manera que cualquier mortal, pero no es así.

Ellos piensan de otra forma. Ya hemos comentado cómo, para los políticos, ciertas normas de conducta y las limitantes de la ley, pueden llagar a ser obstáculos que hay que eliminar para poder satisfacer un determinado problema social.

Por ello, cuando escuchamos o leemos algunas fórmulas de solución propuestas por un político, que a cualquier otro le podrían parecer descabelladas, tenemos que analizarlas a la luz de ese tipo de pensamiento.

Esta reflexión me vino a la mente cuando escuché la propuesta del gobernador Humberto Moreira, sobre la reimplantación de la pena de muerte a secuestradores.

Las críticas no se hicieron esperar, inmediatamente los supuestos defensores de la vida criticaron la propuesta y los más conspicuos juristas dijeron que eso no era posible.

Cierto es que existen esas complicaciones jurídicas, una reforma a la Constitución general y otras complicaciones de índole internacional, pero eso no es lo que importa cuando un gobernante está dando respuesta a un reclamo popular.

La gente quiere paz, orden y castigo para los desalmados. “Si ellos no tienen piedad con sus víctimas, por qué la habremos de tener nosotros”, dirá cualquier ciudadano común y aún voces más autorizadas como la de María Elena Morera de Galindo, presidenta de México Unido Contra la Delincuencia.

El político, entonces, piensa en soluciones y la forma de llevar al cabo esas soluciones, toca a los expertos, a los técnicos, pero no al político.

¿Qué es lo que hace Moreira? Dar respuesta a las inquietudes sociales. Si se encuentra con reticencias de parte de la Federación o de legisladores federales, ya no será asunto suyo, sino de éstos.

El político debe tener la sensibilidad como para advertir en qué dirección viaja el sentir mayoritario de un pueblo y obrar en consecuencia.

Eso es así, tratándose lo mismo de obra pública que de acciones sociales o jurídicas.

“Aquí se requiere un gran paseo público”; dijo en cierta ocasión Óscar Flores Tapia. Y le respondieron: “Pero señor gobernador, para hacerlo hay que expropiar muchas fincas”, a lo que dicen que replicó: “¿Y luego? P’os expropien lo que sea necesario, pero aquí se hace un paseo público”. Y ahí se hizo el paseo de la Reforma en Saltillo.

Que había que levantar las vías del tren, porque estaban estrangulando a la ciudad. “Pos’ levántenlas”. “¿Y la Federación, señor?”. “De ésa me encargo yo. A ver, Beto, comunícame con el Presidente”. Pero lo hizo cuando ya habían levantado las vías, esto es, cuando aquello estaba consumado y no tenía vuelta de hoja y por que el pueblo de Saltillo, pedía a gritos que quitaran esas vías.

El político obra con mente distinta y el buen político no trata de evadir su responsabilidad, la afronta sabedor de que la mayoría del pueblo está con él, porque le asiste esa opinión favorable, mayoritariamente, de la que hablamos.

Tanto Ortega y Gasset, como Reyes Heroles, abordan estos temas en un pequeño ensayo, sobre el pensamiento del político francés: Gabriel de Mirabeau.

Así que no es cosa del otro mundo advertir esa forma de comportamiento en el político. Nunca debe uno de tratar de medirlos con las mentes comunes, pues nada tienen de semejantes; al contrario, son diametralmente opuestas.

El ciudadano común, fija su mirada en lo inmediato. El político, otea el horizonte y ve a largo plazo.

Si la mayoría de la gente pide pena de muerte para secuestradores, la respuesta del político tiene que ser categórica: “Qué los fusilen”.

Si no lo hace así, corre el riesgo de ser rebasado por la masa.

Addenda II

Como en la canción del Piporro: “En las áridas regiones de la América del Norte, se agarraron a balazos policías y ladrones”.

Si no fuera tan serio y delicado el tema, se prestaría para hacer un corrido muy simpático, pero el enfrentamiento entre federales y policías municipales, es verdaderamente angustiante.

No puede el alcalde echar culpas a diestra y siniestra sin asumir la propia responsabilidad. Y lo debió de haber hecho de inmediato, porque en esos casos el principio de inmediatez es definitivo.

Pero en fin. Cuándo entenderemos que es más fácil y efectivo coordinarse, que andarse peleando.

Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano”.

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