Llamó la atención que dos mexicanos tan distintos como la golfista Lorena Ochoa y el magnate Carlos Slim fueran incluidos en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo de la revista Time.
Ambos tienen méritos suficientes para recibir tan honrosa distinción, aunque a decir verdad existen más mexicanos que podrían caber perfectamente en ese listado.
Pero es obvio que los editores de Time tienen sus intereses y la obligación de colocar a una diversa gama de personajes de todo el mundo sin olvidar a su presidente George W. Bush y a sus potenciales sucesores John McCain, Hillary Clinton y Barack Obama.
Además de Lorena y Slim, otros latinoamericanos seleccionados fueron la presidenta de Chile, Michelle Bachelet; el presidente de Bolivia, Evo Morales; la bloguera cubana Yoani Sánchez y el astro brasileño Kaká.
En el caso de los mexicanos la revista destaca sus logros profesionales y especialmente sus esfuerzos destinados a tareas de filantropía y ayuda para sus respectivas comunidades.
Así mientras Slim aporta jugosos donativos para operaciones de alto riesgo para niños, la tapatía Lorena Ochoa creó una fundación que patrocina una escuela primaria con técnicas especiales para impulsar una educación de calidad.
Con todo y sus excepcionales logros –Slim es el segundo hombre más rico del mundo y Lorena es la mejor golfista del universo— hay diferencias abismales entre ambos.
Sin temor a equivocarnos diríamos que uno encarna el México del pasado, ese país complejo que se despide lentamente ante la férrea resistencia de las viejas generaciones.
Ese oscuro pasado lo representa Carlos Slim, cuyas habilidades empresariales son sin duda extraordinarias al grado de amasar una fortuna que sólo dos o tres magnates del calibre de Bill Gates han podido consolidar.
Pero sin olvidar que el señor Slim formó parte del grupo de banqueros y especuladores bursátiles que se enriqueció en los ochenta y noventa a costa de las crisis económicas.
Los terremotos financieros de 1982 y 1994 fueron producto de las torpes acciones de los gobernantes, pero muchos empresarios como Carlos Slim los utilizaron para lucrar en base a su astucia y a sus conexiones con las redes del poder.
Slim no sería parte del selecto club de millonarios de Forbes si no hubiera adquirido la paraestatal Telmex en aquella dudosa licitación realizada por el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Lorena Ochoa de apenas 26 años de edad representa a la nueva generación de mexicanos que sin tener la mesa servida se esfuerzan denodadamente por alcanzar un lugar en su profesión y en la historia contemporánea de México y del mundo.
¿Cuántas miles de chicas luchan hoy por un lugar en el prestigiado circuito profesional de damas de los Estados Unidos, el llamado LPGA?
Y fue una mexicana sencilla, modesta, disciplinada y a la vez generosa, quien desde 2007 encabeza tan selecto grupo gracias al respaldo de sus padres, pero principalmente a su esfuerzo personal.
Lorena no recibió becas del Comité Olímpico Mexicano ni ingresó a la gira de LPGA por una licitud oficial. Seguramente existen en nuestro país muchas más Lorenas que calladamente se dedican apasionadamente a su profesión y que en cualquier momento florecerán al interior de México y en el extranjero.
En tanto el señor Slim va de salida con una trayectoria brillante, pero menos meritoria. Para trascender más allá de sus conquistas financieras, Slim tiene una buena salida: heredar su patrimonio al beneficio de los mexicanos y no de una élite familiar como lo han hecho Bill y Belinda Gates.
Se vale soñar, aunque todo es posible en estos tiempos que vivimos.
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