Hace 40 años, México se sumó a lo que denominaron “La Revolución Social del 68”, cuando jóvenes, de distintas partes del mundo, se manifestaron en oposición a la estructura social y política existente, buscando nuevas formas de convivencia pacífica y justa.
En nuestra nación, se dio la lucha fratricida: de estudiantes, obreros, sindicalizados, profesionistas libres y hasta amas de casa, que se opusieron al abuso de la fuerza física, por parte de las autoridades, que agredieron al pueblo con policías y ejército, culminando el día 2 de octubre con la tragedia de Tlatelolco.
En el mes de julio del mismo año, una pelea entre universitarios, partidarios de los equipos de futbol americano de la UNAM y IPN, desembocó en actos represivos por parte de la Policía; los temibles “granaderos”, salvajes que intervinieron con uso de violencia y lesionaron o detuvieron a estudiantes.
Las protestas no se hicieron esperar y para finales del mismo mes, en la Preparatoria No. 1, en San Ildefonso, los citados granaderos vuelven a utilizar la represión, disparando una bazuca, para derribar la puerta principal y terminar con un paro de labores. La protesta general se manifestó de inmediato y el propio Rector de la máxima casa de estudios de México, Dr. Javier Barrios Sierra, encabezó un mitin en Ciudad Universitaria, el 30 del mismo mes, e izó la Bandera Nacional a media asta, en repudio a la agresión contra la Autonomía Universitaria.
A partir de esa fecha, las manifestaciones se multiplicaron durante todo el mes de agosto, culminando con una nueva agresión, cuando integrantes del Ejército Mexicano ocupan Ciudad Universitaria –UNAM– y el Casco de Santo Tomás –IPN–, imponiendo la fuerza física.
El caldo de cultivo para un conato de guerra civil estaba listo, desembocando en la vergonzante “Noche de Tlatelolco” –nombre del libro de Elena Poniatowska–, donde un número aún no especificado de mexicanos, entre ellos estudiantes e integrantes de familias de habitantes de los condominios, especialmente del Edificio Chihuahua, fueron asesinados, detenidos, desaparecidos, heridos o maltratados por las fuerzas militares del Gobierno, entre ellas, el tristemente célebre “Batallón Olimpia”. Debo mencionar las heridas de bala a soldados y hasta la muerte de uno de ellos, que hablan de la respuesta armada de algún sector de manifestantes.
Las historias de terror, divulgadas por la prensa mundial; distintas películas, tomadas por cámaras de aficionados, fueron distribuidas, algunas post producidas en laboratorios profesionales, que mostraban escenas salvajes y sangrientas, de agresiones con todas las agravantes, a manifestantes que habían superado el límite de su resistencia. Los estudiantes universitarios de aquella época, pudimos asistir a diferentes cineclubes, en los que nos sorprendían y provocaban repudio, con la exhibición de bestialidad.
Muchos estudiantes de ese tiempo, quedamos marcados por las imágenes del evento y generaron en nuestra conciencia de civilidad, la urgencia del cambio; de hecho, para todos nosotros y los que posteriormente aprendieron de la historia, quedó establecido un “parteaguas” del México de antes y el que nació a partir de la fecha.
Tal es la importancia de recordar el día y no olvidar el acontecimiento, más que con ánimos revanchistas, por la conciencia renovada que reviste el costo pagado para encontrar maneras justas y equitativas de vivir.
A la fecha, quedan muchas dudas por disipar; entre otras: ¿quién fue el responsable directo de la matanza?, ¿por qué si el presidente de México, en ese momento, era Gustavo Díaz Ordaz, también es verdad que su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, ha sido señalado como culpable de dar la orden de ataque a civiles?
El tiempo, que todo lo empaña, ha dado lugar a múltiples versiones de los porqués de tal desatino, incluida aquélla de la fuerte influencia de la izquierda mexicana y el momento de la fecha de inauguración de los Juegos Olímpicos de México 68, cuando la atención del mundo estaba puesta en nuestro país.
Sume usted todos los intereses creados con el paso de los tiempos, entre otros, el oportunismo político de algunos líderes estudiantiles, que terminaron trabajando para el sistema de Gobierno que les había reprimido, cambiando la bandera del movimiento por ingresos económicos nada despreciables, incluso en tiempos actuales.
El 2 de octubre de 1968, ha quedado grabado como un acontecimiento salvaje y extremadamente triste de la historia de México, y debe ser un acicate para que continuemos luchando por valores enunciados en nuestras leyes nacionales, tales como los derechos individuales a la vida, la libertad y educación.
La herencia que nos ha quedado, más allá del recuerdo doloroso, es el compromiso con la nación y la responsabilidad de participar aportando el esfuerzo, desde nuestra área de trabajo, para crear un México más justo y vivible; queda a la conciencia de cada quien, hacer lo que crea más conveniente. ¿Cómo participa?
ydarwich@ual.mx