Lo que no se puede o no se sabe manejar infunde miedo. Después de las que sufrirían nuestros antepasados prehistóricos ante un animal inmenso y poderoso, nos quedan hoy muchas cosas ante las cuales seguimos sufriendo no solamente miedo, sino terror: un terremoto, un tsunami, un tornado, inundaciones, naufragios, etc. Pero lo más notable es aquel miedo que nos produce enfrentarnos a otros seres humanos.
Imagínese en un lugar ecológicamente desconocido, habitado por hombres de distintas culturas y lenguajes, cuyos comportamientos, tecnologías y enfermedades son para usted inmanejables. Tendría una sensación angustiosamente paralizante, peor aún si advierte hostilidad de parte de ellos, o entre ellos, un titubeante asombro cuyo desenlace usted ignora.
Los nativos que han vivido con un entorno casi sin cambio por milenios, tuvieron tiempo suficiente para observarlo, encontrando maneras para sobrevivir; pero usted, inerme ante el lugar y sus pobladores, ¿qué puede hacer? ¿Arriesgaría una sonrisa sin saber si para ellos significa un gesto de guerra mostrar los dientes? Usted es un invasor y como tal, es posible que en alguna medida despierte en los lugareños las mismas o mayores sospechas y temores que a usted invaden, de modo que su inminente porvenir es un sudoroso manchón de tinta china.
Pero no se necesita cambiar del Ártico a la jungla o al desierto, simplemente el cambio del campo a la ciudad o viceversa, de una urbe a un pueblito, del mundo obrero al mundo cleptocrático del capital, de una comunidad religiosa a otra distinta para crear inestabilidad, inseguridad, rechazo. Es posible que por ello exista la etnofobia, acentuada además por la creencia de que lo único valioso somos nosotros y lo nuestro.
¿Y qué del temor al desánimo y minusvalía que proporciona al ciudadano común el tratar con la burocracia y la jerarquía política? A pesar de la honestidad y coherencia del discurso del demandante, triunfará el demagógico, prepotente y hasta ignorante y malintencionado de la pléyade privilegiada. ¿Cómo entenderse?, ¿cómo unificar una nación dividida sin metas comunes, sin justicia igualitaria?
Muchas civilizaciones, brillantes o no, han desaparecido. Las longevas se sostuvieron por haber encontrado el equilibrio con su entorno hasta que se pasaron de la raya o el clima cambió drásticamente. ¿Por qué la nuestra nos parece imperecedera si ya estamos viendo la quiebra a la que hemos sometido a la naturaleza, incluyendo al ser humano y sus instituciones?
Es notable que mientras los noruegos han construido y mantienen un enorme edificio para almacenar y conservar cientos de miles de semillas las que en caso de desastre repondrían la flora de la Tierra, nosotros, los mexicas, estamos acabando cuanta especie nos queda a la mano, algunas endémicas, otras no, pero igualmente necesarias para México y el planeta. El colmo, en zonas áridas, de suyo frágiles, no cuidamos el agua, la flora, la fauna, a sabiendas de que llegaremos a desertificar nuestro hábitat, ya bastante precario y maltratado. Con tan perversa conducta será un milagro el que lleguemos a celebrar el segundo centenario de la Comarca.
Pero eso sí, sin interés por la especie y por la vida, no apoyamos, menos exigimos se hagan estudios profundos que permitan adecuados planes de manejo para administrar prudentemente nuestros bienes. Para cualquier especie la capacidad de carga del territorio que habita no puede ni debe ser rebasado.
En todo lugar cuando la demanda excede la oferta extinguiendo los bienes vitales, la región se colapsa. ¿Adónde piensa usted emigrar cuando hayamos extremado tal desacato a la naturaleza? No se queje luego del desastre provocado.
Hay cambios que se dan paulatinamente, a largo plazo como los climáticos; otros, aunque más cortos, tampoco los registramos con facilidad ya que nuestras vidas son breves y nuestro deseo de investigar casi nulo. Ejemplo: cuando los españoles incursionaron por estas tierras (finales del siglo XVI) encontraron agua a pasto, en Viesca había pantanales, se formaban múltiples lagunas (de allí la Región Lagunera) el agua estaba casi en la superficie por doquier nuestros ríos se desbordaban; hoy, con toda la tecnología avanzada y costosa con que se cuenta, hay que extraer el agua del subsuelo a cientos de metros, a veces no se la encuentra; las lagunas han desaparecido y desleído los cauces, con pérdidas inmensas de flora y fauna, desecación amplísima, suelos empobrecidos y erosionados, menor producción, etc., etc., todo ello a la par de explotaciones cada vez más intensivas con pérdidas irreparables.
De aquella época para acá no ha habido cambios climáticos importantes, ha sido el hombre con sus inadecuadas tecnologías, formas de producir, su ignorancia y su avidez lo que ha causado tal deterioro. ¿Será que se nos fue el amor por nuestra patria, por nuestra madre tierra que todo nos da?