Para la indígena oaxaqueña, Flor Crisóstomo, Barack Obama es su esperanza. En la imagen la indocumentada y sus hijos. (El Universal)
‘El pueblo indocumentado’, de al menos 12 millones de personas en aquel país, espera un milagro, su legalización; mientras, enseñan a sus hijos a defenderse
Para pocos, como para Flor Crisóstomo, una indígena oaxaqueña “en resistencia”, significaron tanto las elecciones del 4 de noviembre en Estados Unidos.
Barack Obama es su esperanza y, dice, la de al menos 12 millones de indocumentados en ese país.
Flor fue arrestada en la primer redada masiva impulsada por las autoridades migratorias estadounidenses contra trabajadores ilegales mexicanos en 2006 y desde entonces se ha convertido en activista a favor de los derechos “del pueblo indocumentado”.
Pasó 30 horas bajo arresto, pero ella nunca firmó su deportación.
“Te dicen: ‘tienes que firmar’, pero está en inglés por lo que yo decía ‘no sé qué dice’ y empezaban bien agresivos ‘¡con una ch... firma!’”
Nunca la convencieron y se salvó.
“Nosotros recomendamos que no firmen nada, hasta contactar un abogado o al Consulado, porque pueden pelear la deportación”, reitera la cónsul de Protección en Chicago, Ioanna Navarrete.
Flor, no evitó, sin embargo, que se le pusiera fecha de salida para el 28 de enero de este 2008.
Por ello se refugió dentro del santuario metodista que también auspició a Elvira Arellano, en un barrio puertorriqueño de Chicago, Illinois.
Durante 9 meses ha vivido como en una jaula de oro en espera literalmente de un milagro: su legalización y un punto final a las “deportaciones masivas y separación de familias promovidas por el Gobierno de George W. Bush”.
Sus abuelos y tíos son ciudadanos estadounidenses. Pero ella cruzó de mojada en 2000 dejando atrás madre e hijos.
La apertura de la carretera de cuota a Acapulco desvió el flujo de visitantes y su dinero fuera de Iguala y en particular de Sabana Grande, donde tanto ella, como su madre atendían una lonchería.
“Todo se vino abajo” describe Josefa, su madre y quien desde hace ocho años se encarga de sus tres hijos.
“Le dije: ‘o te vas tú o me voy yo’” recuerda, mientras observa, con decepción un terreno invadido de hierba seca y en el que nunca se fincó el sueño por el que Flor partió: una casa.
“No había sustento para nosotros, para nuestra educación y pues se separó de nosotros”, indica el primogénito de Flor, Josué, y también el único que la recuerda.
Juan Carlos tenía 4 cuando Flor migró y Paloma, la menor, sólo 2.
Pero, hoy más que nunca, la vida en Sabana Grande ha empeorado. El dinero llega a cuentagotas, pues a falta de un trabajo, Flor hace joyería oaxaqueña dentro de la estancia principal de la segunda planta del templo.
Ahí está su habitación, un altar con inciensos oaxaqueños, su taller y el war room desde donde el Centro Sin Fronteras convoca a conferencias, anuncia ayunos para protestar contra el endurecimiento de la política migratoria o promovía el voto a favor de Obama.
“Lo poquito que nos va mandando es para sus hijos, diario les doy 150 pesos para que vayan hasta Iguala a la escuela”, expone Josefa.
A sus 14 años, Josué, trabaja de peón cuando hay chamba. Pero no basta.
“La verdad me dan ganas de irme yo allá (Estados Unidos), para que mi mamá regrese, aunque yo mantenga a toda mi familia”, dice Josué con el rostro descompuesto.
Tanto él, como sus hermanos han propuesto a Flor que vuelva, pero saben que “sería poner fin a los estudios y a cualquier aspiración”.
A la fecha suman 2 mil 900 los días de distancia, sin madre y sin que el sacrificio haya rendido frutos.
Paloma, la menor y alumna de diez, apenas puede retener el llanto cuando se le pregunta sobre su madre.
Sólo alcanza murmurar que lo que más desea es “abrazarla, verla” porque sólo la conoce en fotos y en un video que les mandó.
Pero Flor no se rinde. Pelea por su causa. “Nosotros tenemos que tener el coraje de enseñarles a nuestros hijos a defenderse”, dice sentada sobre su cama en Chicago. Sostiene la única foto actual de sus tres niños y dice con un llanto rabioso “yo solamente terminé la secundaria y yo le digo a mis hijos: ‘estudien porque la única satisfacción que yo quiero llevarme en mi vida es no haber agachado la cara ante ningún Gobierno’”.