Aquella mañana San Virila salió de su convento muy temprano. Brillaban todavía las estrellas, y el lucero del alba se miraba por el oriente como un pequeño sol.
En el camino se detuvo el frailecito a oír el canto de los pájaros, y luego mojó sus pies en el río que atravesaba el valle. Cuando llegó a la aldea el sol lucía en lo alto.
-¿Qué hallaste en el camino? -le preguntó la gente a San Virila.
Respondió él con una sonrisa:
-Oí un río de música, y oí también la música del río.
San Virila es feliz porque disfruta de las pequeñas cosas de este mundo. Es feliz San Virila porque sabe que las pequeñas cosas de este mundo son las que hacen que nuestro mundo sea tan grande.
¡Hasta mañana!...
