Cuando moriste de tu muerte, Terry, te dimos tierra en una esquina del umbroso huerto. No mucha tierra necesita un perro para descansar. Tampoco mucha tierra necesita un hombre.
Plantamos sobre tu sueño un árbol de magnolia. Ahora es árbol grande que se llena de frondas y de flores blancas. Así eras tú, Terry: sombra amiga y alma transparente. Cuando miro ese árbol parece que te estoy viendo a ti.
Háblame del misterio, Terry. ¿Es tan fácil morir la muerte como vivir la vida? Tú sabes de la vida y de la muerte; yo sé poco de aquélla y nada de ésta. Quizá me estás hablando con voz de árbol para decirme que vida y muerte son una misma cosa: si con el nacimiento empezamos a morir, también con la muerte empezamos a nacer.
Háblame del misterio, Terry. Tú perro, yo hombre, siempre has sabido más que yo.
¡Hasta mañana!...