Ayer el duraznero del jardín nos regaló a mí y al mundo sus primeras flores.
Son, como mi nieta Alejandra, pequeñas y de color de rosa. Sobre el azul del cielo saltillero parecen hoyuelos en el rostro de la mañana.
Cada año la breve fronda nos da esas flores niñas y luego nos ofrece -terciopelo y almíbar- sus duraznos de oro. La palabra “árbol” debería ser femenina, y nosotros decir " árbola”, pues son los árboles igual que las mujeres, que dan primero belleza y después fruto.
Aún no se aleja el riesgo de la helada y ya florece mi duraznero en el jardín. Yo amo a ese árbol que vive con nosotros en la casa. Aunque todo en su rededor está en invierno él lleva en sí su propia primavera.
¡Hasta mañana!...