El cielo estaba claro, sin cónclave de nubes, y la luna lucía esplendorosamente luna. De pronto, sin embargo, la sombra fue hacia ella y empezó a cubrirla. A poco aquel disco de luz era un círculo de opaca oscuridad con vagos tintes de color naranja.
Yo vi el eclipse con mis nietos. La montaña era el telón de fondo de aquella fantasmagoría celestial, y las ramas de los nogales eran como las bambalinas de la escena. La luna, al mismo tiempo actriz de carácter y dama siempre joven, actuaba en silencio su monólogo.
Desapareció la luna, y con ella desaparecieron su luz y su claror. Pero poco después retrocedió la sombra, y el resplandor apareció otra vez, triunfal. La sombra se va siempre, y la luz siempre vuelve a aparecer.
¡Hasta mañana!...