El obispo Teter no permitía que las mujeres se acercaran a la torre de su catedral. Decía que si una mujer hacía sonar las campanas éstas se rajarían, y quedarían inservibles. Tal tesis, afirmaba, no era de él: era de San Agustín, y la reconocían todos los Padres de la Iglesia.
Cierta mañana una linda muchacha subió ocultamente al campanario y repicó la campana mayor. En ese momento sucedió algo increíble, tanto que ni San Agustín ni los Padres de la Iglesia lo habrían podido imaginar: repentinamente el obispo Teter cayó muerto, con el cuerpo rajado de la cabeza hasta los pies.
Desde ese día la muchacha se convirtió en campanera de la catedral. Y desde ese día las campanas sonaron con más hermoso son, pero no sé decir si eso era por que las tañía una mujer hermosa o porque el obispo Teter no estaba ya en la catedral.
¡Hasta mañana!...