Casas y calles como hombres.
Crueles, y duras y ciegas.
Hombres como calles y casas.
Pétreos, inflexibles y mudos.
La ciudad aúlla como animal en jaula: estridencias de automóviles, máquinas silbatos, peatones vociferantes.
Un hombre en el parque.
Ha llegado, lento, y se ha sentado en una banca mientras todos a su alrededor se afanan y agitan sin descanso.
Acerca algo a la oreja y escucha atentamente.
Escucha, arrobado.
Sus ojos se cierran mientras él oye lo que le dice aquella extraña cosa.
Un paseante se acerca.
-¿Me deja escuchar a mí también?
El hombre le alarga el objeto. Con atención el paseante trata de escuchar en él.
-No se oye nada, -dice por fin con enojo y desencanto.
-Se oye el mar, -contesta el otro.
Y vuelve a tomar la caracola.
El paseante enciende su radio de transistores y se aleja murmurando:
-Está loco.
¡Hasta mañana!