Por estos días las palmas del desierto lucen cada una su alto penacho de albas flores.
Ni en esos páramos donde el coyote vaga y acecha la víbora de cascabel deja de haber belleza. Parecen las palmas un ejército que marchara en desfile de gran gala.
Yo miro la inacabable procesión, veo el radiante cielo azul y contemplo a la distancia el perfil erizado de los montes. La transparencia del paisaje lo hace inmenso, como un telón de fondo sin final.
Y sin embargo en estas lejanías todo está más cerca. El desierto no está desierto. Lo habita un mundo sin final de criaturas vegetales y animales. Lo habitan también el corazón y el alma. Y lo habito yo, que en estas soledades soy más yo.
¡Hasta mañana!...