Aquel discípulo de Hu-Ssong era soberbio. Tenía esa fea enfermedad del alma, la soberbia, fuente no sólo del pecado sino -peor todavía- de la estupidez.
Los otros estudiantes se quejaban de él. Un día le dijeron al maestro:
-¿Por qué no lo castigas? Ya no podemos soportarlo más. A todos nos desprecia, aun a ti. Se cree el centro del mundo; es egoísta y vanidoso.
-Paciencia -les contestó Hu-Ssong-. A su soberbia no hemos de oponer la nuestra. Les prometo que se va a corregir.
-¿Lo castigarás? -quisieron saber los discípulos.
No, -respondió con una sonrisa Hu-Ssong-. Le mostraré el cielo con estrellas. No hay soberbia que no se cure después de un rato de ver el cielo así.
¡Hasta mañana!...