Llegó sin anunciarse y dijo:
-Soy un pobre diablo.
Yo iba a contestar: "Hola, compañero". Pero la vida me ha enseñado a no mostrar mi verdadero ser. Así las cosas, respondí:
-¿En qué lo puedo servir?
-Escriba que no hay pobres diablos -me pidió-. En todos los hombres late el aliento del espíritu. Eso debería bastar para alejarlos de toda pobreza y todo mal. Si en el mundo hay maldad y hay injusticia es porque el hombre ha olvidado su riqueza original, y su verdad.
Tras decir eso se marchó. Yo pensé que, en efecto, he dejado de sentir el soplo del espíritu. Y me sentí realmente un pobre diablo.
¡Hasta mañana!...