Encontramos ayer en El Rodeíto una señal de muerte. Es tan pequeña esa labor que se barbecha con la mula y el arado. La reja sacó de pronto un esqueleto de pistola; el resto carcomido y oxidado de un antiguo revólver que de seguro estaba ahí desde hace un siglo.
¿Cómo fue a dar esa arma a nuestra tierra, bondadosa tierra de cuyo seno nace el dulce y tierno trigo potrereño? ¿La sepultó un malvado para ocultar la prueba de su crimen? ¿La perdió alguno de los bandoleros que merodeaban hace cien años por la sierra?
Imposible saberlo. Yo limpié con aceite los herrumbrosos huesos de aquel hierro malvado y lo colgué luego en la pared como despojo de los pasados tiempos. Me entristeció ese hallazgo de violencias, pero me alegró el pensamiento de que ahora la vida florece en el mismo lugar donde rondó la muerte.
¡Hasta mañana!...
