Tengo un nuevo vecino. Es un cenzontle.
Llegó de pronto y puso sus canciones en la más alta rama del nogal. Desde esa cumbre de aire el armonioso pájaro llena los ámbitos de música, y con audacias de tenor arriesga malabarismos de bel canto.
Este regalo súbito me da felicidad. A mí me hace feliz un sólo instante de belleza. Puede ser una nota, una palabra o un color. En todas partes la belleza aguarda, y se nos aparece como radiante espectro. Ahora llega en la voz de este canoro habitante del jardín.
Yo lo recibo, y si pudiera le daría las escrituras de mi casa, para que no se fuera. Sus partituras tienen letra de Dios y música de vida. Dios y la vida son una misma cosa, y con ellas somos también la misma cosa este cenzontle y yo.
¡Hasta mañana!...