En la mirada de Lucy, mi nieta pequeñita, la luz se hace más luz, y sus pestañas son tan largas que no me explico cómo esta hermosa niña puede abrir los ojos.
Ahora Lucy está llorando. Le pregunto por qué, y me responde que no sabe. Ya vive en ella el eterno misterio femenino. La consuelo, y le digo que tengo un pañuelo especial para secar lágrimas de princesas. Traigo un pañuelo de seda roja, y con él le enjugo el llanto. Lucy chiquita deja de llorar, y me pregunta luego:
-¿A cuáles otras princesas les has secado las lágrimas con tu pañuelo?