La vida en el Potrero es vida franciscana:
es clara y buena, y dócil como una perra mansa.
Aquí la vida no necesita palabras.
Sucede, simplemente. Así la flor y el agua.
La muerte es también pobre, humilde y recatada.
Llega porque es costumbre, y nadie dice nada.
El señor Dios salió temprano esta mañana,
y fue el sol, y fue el aire, y la gente, y la casa.
El día, somnoliento, asomó a la ventana
y se bebió la luna. Ahora las nubes pasan,
y en el camino, lentas, se reflejan en vacas.
Doña Rosa lavó. Tendió su ropa blanca...
Ya no habrá en todo el mundo una alba así, tan alba.
Y yo ¿por qué estoy triste? Mi sangre duele, y sangra.
Lo turbio en mí es más turbio, y la maldad más mala.
Quisiera lavar y tender al sol el alma.
Potrero de Ábrego.
Un domingo de mayo, en 2008.
¡Hasta mañana!...