Me habría gustado conocer a don Gaspar de Incera.
En su aldea de Asturias veía la casona en que habitaba el hombre más rico del lugar. Cuando creció, muchachillo de 15 años, buscó la manera de irse a América. En Cuba trabajó como forzado, a veces 18 horas cada día. Hizo dinero; compró tierras de labor, y se hizo rico en el cultivo del café.
Cuando sintió que la ancianidad estaba cerca volvió a su solar nativo. Encontró que la casa de aquel rico señor estaba en ruinas. La adquirió, e hizo obras que convirtieron esa desolación en un palacio. La gente pensó, claro, que él mismo habitaría la mansión. Se equivocaron todos: el indiano la regaló para que fuera escuela de los niños.
Me habría gustado conocer a don Gaspar de Incera. Sabía que una casa que se vuelve escuela es la mejor casa que se puede hallar.
¡Hasta mañana!...