Llegó sin aviso y me preguntó sin más:
-¿Sabe usted de alguien que pudiera quitarme el pre?
No entendí lo que decía. Y debo haber puesto cara de azoro, porque añadió:
-Soy el prejuicio, y quiero que alguien me quite el pre, pues así me convertiría en juicio, y siempre es mejor ser juicio que prejuicio.
Yo me pregunté si acaso un juicio equivocado no puede hacer más daño que un prejuicio, pero no dije nada. Le contesté que sólo el que tiene un prejuicio puede cambiarlo en juicio. Nadie puede hacerlo por él.
-Creo -me dijo- que lo que usted afirma es un prejuicio.
Ya no le respondí. Cada quien piensa que los suyos son juicios, y prejuicios los de todos los demás. Juicioso como soy, concluí que lo que el prejuicio me decía era un prejuicio.
¡Hasta mañana!...