Estoy leyendo ahora un libro sobre el periodo presidencial de Ronald Reagan.
Lo conocí cuando era gobernador de California y hacía yo mis prácticas de periodismo en "The Sacramento Bee". Los jóvenes no veíamos a Reagan con buenos ojos. Era defensor a ultranza de la presencia de Estados Unidos en Vietnam. Un día los reporteros asignados al Capitolio salimos junto con él, y se topó con un grupo de vociferantes hippies que le gritaban el conocido lema: "Haz el amor, no la guerra". Los encaró y les dijo: "Ustedes no pueden hacer ni una cosa ni la otra".
Me reconcilié con la memoria del ex Presidente, sin embargo, cuando leí que en cada cumpleaños de su esposa, Nancy, enviaba un gran ramo de flores. No a ella, sino a la madre de ella, es decir a su suegra. Con el ramo iba un mensaje en que Reagan le agradecía a la señora haber puesto en el mundo una persona tan adorable como su mujer.
Por encima de la política -muy por encima- están las cosas del sentimiento. El amor tiene siempre su verdad. Y en esto Reagan no se equivocaba.
¡Hasta mañana!...