Mi padre me llevaba a ver los toros. Cuando acababa la corrida y salíamos entre la gente yo me sentía inmensamente triste. Declinaba la tarde del domingo; caminábamos de vuelta hacia la casa; se iba poniendo el sol, y al día siguiente había escuela...
Me pregunto si así me sentiré cuando acabe la fiesta de la vida, cuando la luz y los colores dejen paso a las opacidades de la noche que viene y a la grisalla del gozo que se va.
Ahora poseo la canción, la risa, el sabor de la sal, el rojo intenso de los vinos, y el de ese vino -el más vino de todos, que se llama amor.
¿Luego? No sé.
Ahora es ahora.
El después vendrá después.
¡Hasta mañana!...