Al pasar frente al ropero de tres lunas ganas me dan de persignarme: siento que paso frente a una catedral.
Este ropero perteneció a mi abuela. De la suya lo heredó ella. Cuando yo todavía no era yo, este ropero ya era ropero. Sus lunas -sus espejos- han reflejado rostros que ahora son recuerdo, o que ya ni recuerdo son siquiera.
Amo las cosas viejas. Me hablan; percibo en ellas los latidos de un escondido corazón. Cosas son, pero si sabes verlas tendrás un vago asomo de la eternidad.
Me iré yo, y este ropero seguirá en la alcoba. Ante él se han detenido el tiempo y la carcoma. Ante mí ni uno ni otra se detienen. Me miro ahora en el espejo, y es como si mirara al fantasma que seré.
¡Hasta mañana!...