Una vez presentí la tristeza de la vida.
Llegaron los húngaros a una pequeña comunidad rural del norte de Coahuila. Tenía yo 20 años, y estaba ahí pasando vacaciones. “Los húngaros” eran los gitanos, que iban en época de la cosecha a proyectar viejas películas en la plazuela del lugar.
Esa noche exhibieron un film de Fred Astaire. La escena era fastuosa; los trajes y vestidos elegantes. Ginger y Fred bailaban, como flotando en nubes, entre una corte de apuestos hombres y hermosísimas mujeres, todas rubias. La música de Berlin -violines y voces celestiales- ponía marco a ese lujo de ensueño, a ese magnífico esplendor.
En ese momento un joven campesino que estaba delante de mí le dijo a su compañero:
-¡Qué distinto!
Esa vez fue cuando presentí la tristeza de la vida.
¡Hasta mañana"...