Doña Toñita la del rancho tiene en su casa un animal salvaje.
Quiero decir que tiene un gato.
Hermoso gato es ése. Blanco desde el bigote hasta el último pelo de la cola, merece muy bien el nombre que le puso su bondadosa dueña: “Flor”.
“Flor” dedica la mitad del día a dormir y la otra mitad a matar. Tan pronto abre los ojos sube al viejo nogal frente a la casa y hace su presa entre los aterrorizados pajarillos. Me pregunto qué sentirán ellos al recibir la muerte en forma de una súbita sombra blanca que les cae de pronto.
Implacable es “Flor”. Y sin embargo, cuando su dueña le habla con voz queda de anciana, aquella fiera se dulcifica. Baja del árbol como sinuosa sierpe y unta sus ronroneos a la enagua talar de la señora. Yo, que vivo en perpetuo asombro, me maravillo al ver esa maravilla, y pienso que el amor, el más sencillo amor, puede convertir en flor hasta el corazón de la más fiera fiera.
