Azul el cielo, cambió de pronto su vestido por uno gris de plomo. En los balcones de la sierra asomaron las nubes; tendieron las manos sobre el valle y dejaron caer un agua lustral y cantarina que lavó la ciudad y le limpió la mancha urbana.
Salió el sol y pasó su suave lengua por la piel de las calles y las casas. Los árboles se sacudieron igual que perros verdes, y pusieron una segunda lluvia sobre los novios que cruzaban la alameda. Las piedras del cerro brillaron como antiguos ojos sobre el cementerio. Un arco iris tendió sus colores para secarlos al sol.
Yo tomé mi nostalgia y la mojé en el agua que bajaba por el Ojo de Agua. Con ella fui valle abajo, vida abajo. Pasaban mis recuerdos y yo les decía adiós. Y seguía cayendo la lluvia, la eterna lluvia que los niños de hoy recordarán después.
¡Hasta mañana!...