Acabo de perder lo último que me quedaba de mi ser de niño. Murió la señorita Petrita, mi maestra de primer año de primaria. Fue ella quien me enseñó las primeras letras. Cuando escriba las últimas ella estará a mi lado.
En el sueño -como en un sueño- dejó la vida aquella leve mujer, dulce y pequeña, que tenía aire de niña o de monjita. Nosotros, los que fuimos sus alumnos en el Colegio Zaragoza, somos ahora menos nosotros. Y yo conozco, desolado, una nueva soledad: la de perder a la que fue mi mamá cuando me dejó en sus manos mi mamá.
Con letra cuidadosa y redondita, con la letra que ella me enseñó, escribo el nombre de Petrita Rodríguez, mi maestra de primero, mi primera maestra. Con esa misma letra escribo la palabra “gracias”. Se la escribo a ella, dueña de todas las gracias, y dueña ahora, y para siempre, de nuestro recuerdo y nuestro amor.
¡Hasta mañana!...