¡Pobre nietecita mía!
Fuimos de vacaciones a la playa, y a ella le tocó la triste suerte de compartir el cuarto de su abuela y mío.
Seis noches fueron, una después de otra. Por las mañanas veía yo a la pequeña con ojeras, somnolienta.
Terminaron por fin las vacaciones.
En el aeropuerto, al regresar a casa, varias amabilísimas personas me reconocieron y se acercaron a pedir mi autógrafo.
Dijo luego mi esposa:
—Conté las personas que te pidieron el autógrafo. Fueron cuatro.
Y en tono de resquemor dijo mi nieta:
—¡Mmm! No saben que roncas.
¡Pobre nietecita mía!
¡Hasta mañana!...